Por Lola Fernández Burgos
De repente y discretamente, como él era, se ha muerto Rubalcaba. No sé por qué será, pero siempre se van los mejores, lo cual es una pena. Fue un muy buen político, de los que engrandecen una vocación, la política, hoy en día demasiado degradada. Con personas como él, que la persona está antes del traje que se vista, no caben decepciones. Será por eso que se les reconoce el mérito por la mayoría, en esta sociedad tan poco dada a reconocer nada. Claro que dicho reconocimiento suele llegarles cuando mueren, puesto que, si no fuera así, Rubalcaba no hubiera estado retirado, sino en primera línea. Porque era un hombre joven, con toda una vida dedicada al servicio a los demás, pero aún joven, y válido para hacer lo que sabía, que es la Política con mayúsculas. Es curiosa la naturalidad con que comprobamos que en su larga trayectoria profesional no hay ni delitos, ni escándalos, ni nada que manchara una reputación excelente. Cuando vemos cómo hay quien entra en este mundo llevando ya diseñado el atraco a los fondos públicos, su honestidad hace que resalte más la poca valía general. Rubalcaba es de esas personas que te hacen entender el valor de los valores y principios, no ya sólo los socialistas, de mirar al futuro y al progreso y el bienestar general; sino que ponen la luz especialmente en la importancia de la dignidad, la capacidad y la coherencia entre las ideas y los actos. Con personas como él, nadie se vería obligado a dejar el camino emprendido, en busca de nuevos derroteros, donde el que se llama compañero no sea un auténtico enemigo. Es grande comprobar que existen seres humanos íntegros, que hacen de la autenticidad su bandera, y que luchan por mejorar la sociedad en su conjunto, sin hacer distingos y sin amiguismos. Cuando hay tanto fraude humano, saber que existe la gente que es de verdad y que además se entrega al trabajo por los demás, es muy de agradecer y te inspira para ser mejor.
Rubalcaba, un hombre culto y dedicado a la educación de los jóvenes, pasó tantos años en un mundo con tantas tentaciones, y sin dejarse engañar por sus cantos de sirena, que es todo un ejemplo a seguir; y a la vez, te hace comprender que es posible, que se puede ser bueno y grande, entre maldad y mediocridad. Es una pena que no se supiera retener su buena labor en estos tiempos en que sólo hay ruido, donde nadie escucha a nadie, donde se maquina por detrás en vez de negociar cara a cara. Él era un magnífico negociador, porque el respeto era su guía, y porque tenía muy claros sus propósitos y sus convicciones. Parece que es fácil, pero lo que abunda es la gente que más que negociar, impone; que le da lo mismo esto que aquello, con tal de retener su puesto y poltrona; que no duda en cambiar de chaqueta, con tal de seguir viviendo del cuento. Es lo que vemos a diario: transfuguismo, traiciones, mentiras, venderse al mejor postor, cambiar de careta; porque es lo que hay: caretas, disfraces, enmascaramiento, mentiras al fin. Por eso, que de repente haya un hombre bueno y competente es para homenajearle; lo triste es que se haga cuando ya está muerto. Aunque ello conlleva una ilusionante realidad, y es que, al cabo, la gente valora la honestidad y la integridad. Lo malo es que no se exija mientras no se da; y se premie cuando ya se ha ido. Somos así de incoherentes los humanos, pero nos salva que sabemos muy bien distinguir entre lo bueno y lo despreciable. Ya sólo nos falta aplicar lo que sabemos, porque, como dice una canción, para qué quieres la información, si no la usas…