Por Lola Fernández Burgos
Veía el otro día en la prensa una foto de un niño haciendo los deberes a la luz de una farola, porque en su casa no se podía pagar su suministro. La noticia se refería a un hecho acaecido en Perú, pero no cabe duda de que podría ser en España perfectamente; porque de todos es sabido que hay muchas familias que no pueden pagar la luz, ni siquiera en estos días de frío, en que sólo imaginar que no podemos calentarnos, ya nos estremece, y no por el clima precisamente. Está la vida muy mal para tanta gente, que no hay que irse a África o a países Americanos que están en boca de todos los medios por sus nefastas condiciones económicas, pues nos basta quedarnos en nuestro país. Me indigna sobremanera cuando veo la manipulación interesada de las informaciones sobre el hambre o las dificultades de todo tipo que se padecen fuera de nuestras fronteras. Siempre están contándonos lo mal que están por ahí, o la poca democracia que hay en determinados Estados, siempre los mismos, oigan, siempre los mismos. Y yo me pregunto para qué tanto fijarse en las casas de los vecinos, cuando tenemos las nuestras tan revueltas y en situación tan deplorable, o más, como las de fuera. Se pasa hambre en España, y si no, que le pregunten a esas familias que están desesperadas porque no tienen un presente decente, ni pueden ofrecer a sus hijos un buen futuro. Se pasa hambre, como se pasa frío, como te echan a la calle y te quitan la casa sin importar un bledo si tienes un sitio o no para refugiarte. Así no tienen nada de extraños los suicidios relacionados con los desahucios. Es fácil colegir que la desesperación lleva a preferir la muerte antes que a la nada en vida. Se sufre mucho en esta sociedad nuestra insolidaria, y a quien le toca la peor parte no le queda ni la esperanza de que le ayudarán quienes están en el lado bueno de la vida.
Y ante todo esto, ¿qué hace la Administración para dar solución a los problemas? Poco, muy poco, nada. Si acaso, y mira que es triste, empeorarlo todo un poquito más. Impuestos, cortes de suministro, desahucios, exigencias, recargos, intereses de demora, embargos, ay, y un largo etcétera. En esta nuestra sociedad actual, que da vergüenza ajena si es que se tienen pundonor y decencia, cuando hay problemas, en vez de hacer que no sean insalvables, se aprieta un poco más la soga que asfixia y ahoga. Es así de cruel, pero, desgraciadamente, real como la misma vida. Las religiones hablan de paraísos y de infiernos para después de la muerte, pero están aquí en la tierra y en plena vida. Si es que a determinadas situaciones insostenibles se les puede llamar vida. Las religiones hablan mucho y de todo, no hay más que, por ejemplo, sintonizar las absurdas cadenas radiofónicas en las que la Iglesia española malgasta el dinero, ese que en realidad es nuestro, para rezar. ¿Qué piensan cuando cambiando de dial se escuchan esos rezos en medio del silencio? No sé ustedes, pero yo condeno a quienes en vez de ayudar, lo cual es su razón de ser y de que se les financie con un dinero que obtienen para ofrecer esa ayuda, se dedican a malgastar dinero y tiempo. Yo escucho en medio de la noche ruega por nosotros, y se me encabrita el corazón, qué quieren que les diga. Porque menos rezos y más hechos para evitar lo que sería fácilmente evitable si se quisiera, si se cumpliera con la ética y los principios que sostienen a los diferentes credos. Que mucho a Dios rogando, y con el mazo dando, pero poco se hace para conseguir aquello por lo que tanto se ruega.