Por Lola Fernández.
Leo, sin sorprenderme demasiado, acerca de las modificaciones genéticas en dos ratones para que tengan pelo, y no cualquiera, sino similar a los de los mamuts, porque el objetivo final es recuperar esa especie extinguida mayoritariamente hace unos 10.000 años. La misma empresa, que dice trabajar para salvar la Tierra, anuncia que ha resucitado a los lobos gigantes, otra especie extinta hace más o menos el mismo tiempo. Para empezar, dudo mucho que ese lobo gigante sea el mismo que desapareció, porque se puede manipular genéticamente, pero no hacer milagros o convertirse en creadores de especies a voluntad. Después, me pregunto qué necesidad tenemos de recuperar a los mamuts, por mucho que me expliquen que se busca restaurar un ecosistema perdido para así luchar contra el cambio climático. Parece como si esos investigadores olvidaran que cada año se extinguen miles de especies, pérdida que pone realmente en peligro diversos ecosistemas importantísimos y esenciales. Igual sería mucho más interesante luchar contra ese peligro real de extinción: elefantes asiáticos, tigres, gorilas, pandas gigantes, linces ibéricos, cigüeñas negras, águilas, cocodrilos, nutrias, osos, jaguares, avestruces, buitres… Hay por encima de 7 millones de especies de animales y más del 20% están en peligro, y ¿se necesitan los mamuts? Está claro que ciertas empresas se benefician con estas noticias, pero dudo mucho que su trabajo e investigaciones sirvan para salvar nuestro planeta y mejorar la vida de la humanidad. Creo que serviría mucho más educar contra el negacionismo, esa auténtica tara mental, en algo como el cambio climático, y atajar con urgencia auténticas amenazas como la destrucción y cambios en el hábitat de tantas especies en peligro de extinción.

Llegados a este punto de reflexión, pienso en los valores y principios humanos, tan imprescindibles para convivir y evolucionar socialmente; esas creencias, esas normas que orientan y regulan las conductas de los seres humanos en su vertiente de animales sociales, se podría decir que también se están perdiendo y a veces tal pérdida se convierte en un aviso de urgente reparación, si no queremos que se llegue a una auténtica extinción, que influirá sin duda y sin remedio en factores sociales como la educación, la política, la misma economía, y por supuesto, en los modos y maneras de relacionarnos los unos con los otros. Hay muchos problemas conductuales que se traducen en agresividad y pura violencia, que denotan un alarmante y peligroso vacío emocional. El poderío indecente de la mentira sobre la verdad genera asimismo una desconfianza que debilita el desarrollo personal y desgasta las relaciones interpersonales. No cortar de cuajo determinados comportamientos destructivos hacia las personas, los animales y los mismos objetos que nos rodean, es tanto como darle alas a la extinción de las reglas sociales de convivencia y urbanidad basadas en el respeto, hacia los demás y, a un tiempo, para con uno mismo. Que me dejen de mamuts y la sociedad diga ¡para! cada vez que se rompa la armonía, el civismo y la buena educación, seguro que así se convive con más calidad, construyendo en vez de destruyendo; y si, de paso, se deja en paz a los roedores de laboratorio y se les libra de experimentos sin mucho sentido, mejor que mejor.