Por Lola Fernández.
A qué velocidad pasa el tiempo, madre mía, que de pronto hace ya cinco años de la declaración de la pandemia por el COVID-19; cuesta mirar atrás, porque fueron meses de miedo, confinamiento, desconcierto, dudas… y demasiado dolor. Habría mucho que hablar, ya se hizo en su momento, pero la teoría no lograría cambiar la realidad: con la perspectiva que da la distancia temporal, creo que si hubo alguna transformación personal fue para peor, por desgracia. Con tristeza comprobamos que, si se repitiera algo así, nos volveríamos a encontrar desbordados e impotentes, puesto que para nada se ha trabajado en el sentido de prepararnos y que todo fuera diferente y nos pillara con las herramientas y los medios materiales y humanos que entonces faltaron. Demasiadas muertes, algunas en una soledad y abandono imperdonables, como las de los 7.291 mayores en residencias de la Comunidad de Madrid, por las que sus responsables, Ayuso a la cabeza, no han respondido, ni responderán jamás, tal es nuestra sociedad actual. Demasiados negacionistas, lastre para la especie humana, que siguen afirmando que aquello fue poco más que una mala gripe, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud, OMS, la misma que en su día declaró la pandemia, ha cifrado en 15 millones de muertes por COVID-19 entre el 1 de enero del 2020 y el 31 de diciembre del 2021. Tal grado de ignorancia me indigna tanto como ver que rechazan las vacunas, cuando sólo suponen beneficios para la salud y protección frente a la enfermedad si se contrae, como sigue ocurriendo cinco años después. Frente a tanto atraso, me sigue enterneciendo recordar a las primeras personas mayores que fueron vacunadas: en España se trató de una mujer con 96 años entonces, Araceli Hidalgo, que sigue llena de vida en una residencia de Guadalajara, aunque nació en Guadix.
Qué mal se trata a las personas mayores, es una auténtica vergüenza. Veo cómo actrices y actores mayores siguen trabajando y regalando su arte, Lola Herrera por citar una; cómo periodistas mayores siguen dando ejemplo de profesionalidad y buen hacer, Maruja Torres es una; cómo un cantante como Raphael, que están recibiendo tratamiento oncológico, está ilusionado con seguir con su gira por esos escenarios en los que siempre desplegó su enorme talento. Pienso en alguien como Teresa Campos, que sufrió en sus últimos años al verse apartada de la televisión, a la que se entregó durante toda una vida, y al recordar los muchos y sinceros homenajes que recibió tras morir, por parte del público, sus compañeros y la sociedad en general, no puedo sino preguntarme qué pasa en este país nuestro. Por qué no se ofrecen los homenajes a quienes los merecen y se hace cuando siguen vivos, porque a burro muerto, cebada al rabo. ¿Cuesta tanto reconocer la valía y el trabajo ajeno cuando la persona puede todavía ser feliz con ese reconocimiento? Creo que a quienes mueren les podemos ofrecer mejor nuestras oraciones, y que el agradecimiento se ha de dar mientras las personas que lo merecen están vivas: seguro que así alegramos unos años, los últimos, en que hay bastantes menos motivos para la alegría que en otros anteriores. Cómo me gustaría una sociedad generosa y detallista, que supiera valorar a quien se lo merece en cada momento, sin hacerlo, como ahora, tarde, mal y nunca.