648. El tren que pasa

Por Lola Fernández.

Hay una canción francesa que conocí por Franco Battiato, J’entends siffler le train, que dice: Y escucho silbar el tren/Qué triste es un tren que silba en la noche… y la verdad es que, con la melancolía de la música y lo bonito que suena el francés, se puede sentir la tristeza de ese tren que pasa silbando en la noche. Quién no ha saludado en la niñez desde el andén de una estación a los pasajeros de un tren que pasa, y quién no ha fantaseado, ya mayores, con poder subirse sin conocer el destino y marcharse a lugares desconocidos y lejanos. Todo lo relativo al ferrocarril se me antoja una sugerencia prometedora, además de estar impregnado por un indiscutible romanticismo. Pero aparte de promesa, es pura evocación, aunque sólo sea de juegos infantiles de locomotoras y vagones de colores en circuitos cerrados mucho más atractivos que los del scalextric, o por libre, dejando volar la imaginación e inventando mundos fantásticos. Los trenes han sido también protagonistas en la literatura: cuántas novelas negras han situado su trama principal en ellos, y así de entrada se me viene a la cabeza Extraños en un tren, la primera novela de Patricia Highsmith, que Alfred Hitchcock llevó al cine con su maestría habitual. Y si nos fijamos en la pintura, me basta la serie de obras ferroviarias de Claude Monet como ejemplo de artista que se inspira en los trenes y todo su mundo a la hora de plasmar la armonía de la modernidad y el progreso con la misma naturaleza. Absolutamente inspiradores, los trenes atraviesan los más variopintos paisajes, llanos o de alta montaña, tierra adentro o bordeando las costas y las riberas de los ríos, cruzando puentes y viaductos, sobre raíles, en los que a veces sólo quedan los bellos caminos de hierro de trayectos abandonados, por donde ya no pasa ningún tren, pero que son el testimonio de una potente ingeniería ferroviaria. Y como la otra cara de una moneda, todas las vías férreas pasan o llegan a las estaciones de tren, con sus vías y andenes, sus taquillas y máquinas de billetes, las pantallas informativas de horarios de llegada y salida, bares, venta de prensa, consignas, sala de espera, paradas de taxis, …más o menos elementos según la importancia de la estación, pero nunca faltará en el andén el reloj de doble cara, y el letrero con el nombre de la localidad, aparte de algunos bancos para esperar con mayor o menor ilusión.

Foto: Lola Fernández

Un mundo mágico que gusta a grandes y pequeños, no hay más que ver los llamados trenes turísticos, que son cualquier cosa excepto un tren, pero que siempre recorren las calles de las ciudades vacacionales llenos de críos y padres: los primeros con la ilusión de ir sobre raíles, sin ir sobre ellos, y descansando un poco de tanta caminata, los segundos. Un mundo sugerente, que ha dado lugar a muchos dichos y refranes, con el tren como sinónimo de alguien atractivo o de oportunidad, ya sea perdida o como la última bala en la recámara. Un mundo de comunicación, exploración y aventuras, en donde se va ligero de equipaje y uno se puede mover sin mayores dificultades, al contrario que si se viaja en coche, autobús o avión. Y también, un mundo suntuoso, reservado para escasos bolsillos, en el que los vagones son auténticas suites, verdaderos hoteles de lujo en los que el glamour sustituye a la velocidad. Hay trenes para todos los gustos y de muchos tipos, aunque por desgracia ninguno pasa ya por nuestra ciudad, y en la capital tampoco es que se puedan tirar cohetes, porque después de más de tres años sin ninguno, los actuales son pocos y lentos, aparte de mal comunicados. No sé qué pasa con los presupuestos de la política en sus distintos niveles, pero siempre hay mucho para publicidad, solapamiento de funciones, gastos de defensa y militares, reparto de corruptos. …y todo lo malo; mientras que nunca hay suficiente para lo que la ciudadanía demanda: sanidad, educación, dependencia, mantenimiento de carreteras, transporte ferroviario, comunicación, etcétera. Está visto que se invierte en muchas más partidas para la guerra que para la paz, y el mundo está de tal manera, que lo peor es que hay una auténtica necesidad de que ello sea así; sin embargo, qué quieren que les diga: prefiero soñar con un tren que pasa, que sentir un escalofrío cuando me cruzo por la autopista con un convoy de tanques de un verde reluciente, recién sacados de la fábrica, camino a algún escenario de cruenta guerra en el que abrir fuego y sembrar la muerte.