Por Lola Fernández.
Lo de la duración del año y que a las 12 horas del 31 de diciembre acaba y da paso a uno nuevo es, como sabemos, una convención social más, establecida en un momento histórico dado para entendernos mejor entre todos, aunque hay muy diferentes tradiciones en las distintas culturas para celebrar la Nochevieja y el Año Nuevo. Parece ser, sin embargo, que hay rasgos comunes, tales como las reuniones familiares y con los amigos, las copiosas comidas regadas con mucho alcohol, y algo que a unos gusta mucho y otros detestan, como son los fuegos artificiales. La cosa es que el tránsito entre el año que se va y el que llega no pasa desapercibido, y, según la costumbre, habrá campanadas, uvas, lentejas, besos, agua, platos rotos, bailes, quema de muñecos o de romero, brindis, ropa interior de colores, ventanas abiertas, entrar con el pie derecho, y muchas curiosidades más. Otra convención es la división del tiempo, reflejada en los calendarios, en meses, semanas y días, por quedarme ahí y no seguir con las fracciones temporales que miramos en los relojes. Entre las buenas costumbres perdidas después de la pandemia y el confinamiento por el COVID-19, está la del reparto de almanaques y calendarios por parte de las entidades bancarias, que prácticamente se perdió. Y como es muy difícil que el banco o el taller mecánico te regale un almanaque, como hacía generalmente antaño, a estas alturas del año suelo comprarme uno, preferiblemente que vaya más allá del simple calendario, y añada información sobre los ciclos lunares, el inicio de las estaciones, y, a ser posible, con el santoral, pues desde siempre me ha gustado saber qué santo se celebra cada día, vayan ustedes a saber por qué.
Lo que está claro es que nos decantemos por unas costumbres y convenciones, u otras, es mucho mejor tenerlas y que sean semejantes a las de los que más cercanamente nos rodean, porque hay determinados usos y eventos que vivirlos por libre tiene más inconvenientes que ventajas. Muy distinto es que, teniéndolas, decidamos prescindir voluntariamente de ellas; si es que ello nos es posible, porque la verdad es que no es nada fácil en ciertas ocasiones poder hacer lo que realmente deseamos. Si estamos establecidos en un lugar y con sus modos, si hemos echado raíces y no queremos sentirnos al margen, vamos a tener que conformarnos con sentir la libertad de las hojas y ramas del árbol, aunque teniendo muy claro que su tronco está unido a la tierra por el entramado de dichas raíces, que no sólo soportan y sujetan a la planta, sino que le proporcionan el agua y los nutrientes necesarios para estar viva. Recién llegado el invierno, como quien dice, vamos pues a vivir con alegría el final de un año, dando la bienvenida a otro que, por ser nuevo, nos va a permitir volver a hacer un listado de buenos propósitos y de cosas que deseamos desechar. Sólo cuando llegue la nochevieja del próximo año sabremos si hemos cumplido respecto a lo positivo y a lo negativo; y, si no ha sido así, no hay que preocuparse demasiado, porque el tiempo continúa ajeno a los inventos humanos, y, obviando el pasado y concentrándonos en el presente, no hay ninguna duda de que siempre nos quedará todo el futuro por delante. Vamos a ir arrancando hojas del nuevo almanaque, que es tanto como ir viviendo, porque a base de tiempo alimentamos la vida; y que todos y todas tengamos eso que llamamos un próspero año nuevo.