Por Lola Fernández.
Puede que la sombra sea oscuridad, pero el juego de las sombras proyectadas en una superficie requiere que haya una luz que incida sobre los cuerpos que crearán dichas sombras. Quién no ha jugado en la infancia a recrear un mundo de fantasía inventando formas con las manos, fascinados ante los seres que se movían en la pared al compás del certero movimiento de los dedos. Y quién no se ha quedado embelesado viendo las luces que se reflejan en las paredes al caer los rayos de luz en una superficie acuática. De niños era pura magia, pero incluso siendo adultos, los juegos de sombra y luz nos siguen cautivando. Decía Leonard Cohen, premio Príncipe de Asturias de las Letras 2011, que la poesía es la evidencia de la vida, si tu vida arde intensamente la poesía es sólo la ceniza; seguramente pensando en un rastro del fuego en el que se va consumiendo la vida, si se tiene la suerte de vivir apasionadamente. Sombra y luz, fuego y ceniza, vida y poesía, realidad y deseo…, a modo de parámetros en los que se balancea la existencia, y que, por supuesto, van muchísimo más allá de meras dualidades. Vivir es bastante más complejo que elegir entre una cosa y su contraste, que moverse entre equivalencias o disparidades, y somos tanto un camino sin solución de continuidad como un cúmulo de fracturas y rupturas que nos van enseñando a reinventarnos cuando es preciso. Tan poderoso es dejarse llevar por el universo encantado de la irrealidad y los sueños, como ser muy conscientes de que, por cada sombra que se proyecta en un muro, hay un objeto opaco que la crea, a partir de una fuente de luz, o sin necesidad de que exista tal.
Lo que realmente importa es que, nos movamos entre sombras o a plena luz, nada ni nadie nos confunda, algo que no es infrecuente sentir cuando hay desorden y desconcierto. Por mucho que griten o se mienta, nunca hay que perder el equilibrio ni dejarse arrastrar por el ruido y la mentira. Ciertamente es más fácil no caer en el engaño cuanto mejor informados estemos, no dejándonos aplastar por el terrible peso de un punto de vista único, al tiempo que evitamos los vaivenes que sólo buscan marear la perdiz. Puede que nunca haya asistido a un panorama más desazonador que el actual, en donde se persigue a las víctimas y se protege al verdugo, acosando al inocente y dejando que el culpable campe a sus anchas. Es realmente inquietante y abrumador ver cómo se consigue engañar al personal y que se permita ser juez y parte con una pasmosa insolencia que lleva a sentir vergüenza ajena. Pero no por ello vamos a caer en la tentación de quedarnos con las cenizas o de movernos en las sombras, pues es en el fuego y en la luz donde encontraremos las raíces primigenias. Es eso de no mirar el dedo cuando te señalan la luna, porque hablamos de dimensiones bien diferenciadas y de realidades que nada tienen que ver entre sí. No puedo llegar a comprender cómo personas supuestamente inteligentes se dejan convencer, aunque cada cual que siga su camino, porque no somos un rebaño, sino seres individuales que, a veces, hacemos del cambio una salvación, y otras, nos perdemos con él irremediablemente.