633. El valor del silencio

Por Lola Fernández.

Tiene Pedro Almodóvar en su amplia filmografía una película del 2004 llamada La mala educación, que versa sobre el delicado y terrible drama de los abusos sexuales de menores a cargo de religiosos católicos en España. Hace muy poco, el Arzobispo de Madrid ha pedido perdón a las víctimas de tan vergonzoso delito, que es de esperar que vaya acompañado de indemnizaciones para las víctimas que abone la Iglesia, no el Estado, porque sería muy grave que la ciudadanía tuviera que pagar por los pecados de los miembros del clero. Hasta aquí la referencia a esta repugnante realidad, porque cité la película para hablar de la mala educación que cada vez se expresa más en nuestra vida cotidiana de innumerables formas, a nivel virtual y a pie de calle. Aparte del odio que se puede hallar en las redes sociales, con una agresividad que asusta, salen matones hasta debajo de las piedras, y no se trata de un sustantivo exagerado, sino que cuando menos te lo esperas surgen casos como el que en estas semanas se está juzgando al fin, del asesinato de un chico inocente a manos de una banda de criminales por el simple hecho de su orientación sexual. Si los muchísimos curas que han violado, lo voy a poner en pasado, a niños y niñas da asco, no lo da menos el que jóvenes supuestamente bien educados sean capaces de matar de una paliza a un joven que no les hizo absolutamente nada; y lo peor está en que no es para nada un suceso aislado.

Puede que sea sólo una percepción personal, pero creo que nunca ha estado el ambiente tan desagradable. En las colas del supermercado, en las salas de espera, en el banco, en los parques…, nunca he sentido tanto en los otros una actitud provocadora de decir sandeces en voz alta para ver si alguien entra al trapo y liarla. Lo que me llama más la atención es que enseguida se suma más gente al acto de confrontación, cuando antes siempre había quien ponía un punto de cordura ante semejante insensatez; ahora parece como si algunos pensaran que siendo masa se convertirán en poseedores de la verdad, como si una mentira repetida dejara de ser mentira. Resulta horroroso el bajo nivel, camorrista y peleón, cuando no perdonavidas, de quienes se creen muy valientes y no son más que un hatajo de cobardes que buscan el aplauso ajeno para sentirse reyes del cotarro. Evidentemente, con aguas tan revueltas es mucho mejor callar y ser conscientes del valor del silencio, por aquello de que en boca cerrada no entran moscas, máxime si te rodea un gran número de moscardas y moscas cojoneras, por seguir con el mismo orden de insectos. Que no molesta quien quiere, sino quien puede, y es fácil evitarlo, de un modo tan simple como ignorando a los necios cuando quieren llamar la atención, oponiendo algo tan elemental como silencio, un poco de silencio. Cierto que en ocasiones es muy difícil permanecer sin contestar a tanta tontería, pero también lo es que sería una pérdida de tiempo malgastarlo entre gente que no entiende de razonamientos; así que nada de descender al barro, que se nos supone una inteligencia emocional capaz de gestionar estas situaciones sin la más mínima implicación. Esperemos, tanto como deseamos, que lleguen mejores tiempos, que no hay mal que cien años dure, y ojalá que no sean tantos.