Por Lola Fernández.
Nos pasa con frecuencia que, frente a cambios que están ocurriendo ante nuestras propias narices, no somos capaces de verlos en su justa medida, por aquello de que es precisa cierta perspectiva temporal para comprender qué ocurre; es decir, que el aquí y ahora se nos suele escapar y lo aprehendemos cuando ya es un allí y entonces, y ello tanto para lo bueno como para lo malo. No es que estemos despistados ni que seamos tontos, más bien que cuando vivimos no somos muy conscientes de lo que estamos viviendo. Quién no se ha dicho alguna vez algo como yo entonces era feliz, precisamente cuando la desdicha posterior nos permite comparar; que sí, que las comparaciones son siempre odiosas y no conducen a nada positivo, pero somos seres de contrastes y nos solemos mover mejor en términos de dicotomías. Frío/calor, bueno/malo, apetecible/desagradable, y un tan largo etcétera que no cabe ni en un diccionario enciclopédico, aunque matiza nuestros días como ni siquiera llegamos a imaginar. Qué van a saber los críos que a una temprana edad se asustan de su misma sombra, que ella será una perfecta compañera hasta el fin de sus vidas. Se dice que sólo los tontos son felices, y sin saber muy bien quiénes son esos tontos, que seguramente lo somos todos en mayor o menor medida, la verdad es que con ciertas dosis de ignorancia a veces se está en la gloria; una vez más las contradicciones marcan la pauta, y así, qué felices están los infelices, sin enterarse de nada. Me pregunto qué preferirán ustedes, si estar al tanto de todo o vivir en la inopia y que no haya preocupaciones que nos quiten el sueño. Seguramente, en el punto medio está la virtud, pero a ver quién es el guapo que se sabe manejar con los promedios, tan dados todos actualmente a la radicalidad y los extremismos.
Como fluyen las aguas en fuentes y acequias, felices de ser y sin saber adónde irán, alimentando vidas, refrescando, saciando la sed, así se mueve la existencia, ajena a nuestros problemas y disquisiciones. Porque no hay que reflexionar demasiado para alcanzar la verdad, si ésta se desperdiga en múltiples dimensiones que conducen a que no haya un conocimiento unitario: al final ocurre que lo que para alguien es válido, para los demás no vale nada, y quién sabe si la razón está en ese alguien o en los demás. Incluso para una misma persona, lo que ayer era perfecto, hoy es pura inutilidad; así que cómo no vamos a entender algún día que somos puro cambio, y que no estamos capacitados para percibir cuándo, cuánto y en qué sentido cambiamos. Es como mirarnos al espejo: lo llevamos haciendo desde niños, y siempre nos vemos reflejados, sin darnos cuenta de que el crío que miraba es de repente el anciano que se contempla. Ya lo decía Heráclito, el filósofo griego presocrático: Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos. Entonces, dejemos que fluya la vida, y fluyamos con ella, siguiendo el curso de las aguas, o a contracorriente, según el momento y las circunstancias, y sin olvidar que lo que haya de ser, será.