Por Lola Fernández.
Ahora que parece que hay fascistas hasta debajo de las piedras, nada tiene de raro que impere la incitación al odio. Entre bulos, fake news, infundios y trolas, asistimos no sin preocupación al indisimulado culto a la mentira. Y no sólo no disimulado, sino descarado y chulesco, como la actitud de la extrema derecha, esa que poco a poco va avanzando en Europa, tratando de frenar el desarrollo en derechos humanos, civiles y políticos. Un Estado democrático no puede permitir que no se respete la división de poderes, y el llamado lawfare, que no es más que una intromisión jurídica en la política, para interferir en ella con malas artes, es algo que habría que arrancarse de cuajo en una sociedad que se llama de progreso. Una siente vergüenza ajena viendo, por ejemplo, cómo los tribunales permiten concentraciones en días de reflexión electoral, para algo tan burdo como rezar el rosario en contra de una ley aprobada por el Parlamento; si a ello le añades que el permiso es extensivo para el mismo día de unas elecciones europeas, y ante una sede del partido que gobierna en el país, pues la dosis de sonrojo aumenta, obviamente. No creo que sean casuales los ataques y agresiones sufridos por gobernantes europeos, varios alemanes en una semana, o la primera ministra danesa, agredida por un energúmeno en pleno centro de Copenhague este fin de semana. Nada de casual, al contrario: totalmente causal, provocados directamente por esta violenta dinámica de odio y agresividad que ejercen dirigentes de grupos y medios fascistas sin que nadie les pare los pies, sin que nunca respondan ante la justicia por actitudes y conductas que hace mucho que cruzaron todas las líneas habidas y por haber.
Ya se sabe que es mejor no contestar al odio con odio, porque al final se multiplica peligrosamente, y también se cae en la provocación, que siempre busca una respuesta que justifique su insistencia en molestar y rebasar los límites del respeto. Siempre se ha dicho que a palabras necias, oídos sordos, y que no hay mayor desprecio que el no aprecio; claro que de eso se aprovechan los cobardes, que es lo que son estos impresentables. De cualquier manera, tampoco se va a poner la otra mejilla, y dar amor a quien ofrece odio es demasiado generoso para mi modo de entender las cosas. Así que en muchas de estas ocasiones en que una se siente algo agobiada por bastantes cosas de las que ocurren, y que no deberían ocurrir, al menos no hacerlo sin consecuencias, lo que me parece mejor es un poco de humor, por aquello de que siempre es preferible reír que llorar, y porque tampoco hay que darle a este tipo de gente la satisfacción de que consigan entristecernos. Nadie se merece nuestras lágrimas, y mucho menos quienes buscan herirnos y causar dolor. Aunque sea a base de hacer de tripas corazón, lo más conveniente es no entrar en conflictos inventados y rollos macabeos de cualquier índole. Hay que negarse a todo tipo de guerra, empezando por la de quienes insultan por norma, utilizando cualquier medio y altavoz; cuanto más ladren, más indiferencia ante sus ladridos, y menos importancia a todo mensaje que sólo busque disturbar. Que nada ni nadie perturbe la tranquilidad precisa para vivir una vida ya con bastantes problemas como para añadir tonterías. Lo dicho, contra la ferocidad de quienes tan sólo se alimentan de odio y rechazo a cualquier cosa que no sea sus belicosos reflejos en un espejo, un poco de humor, que ahí les duele.