Por Lola Fernández.
A quién no le gustan los faros, con esa inconfundible estructura arquitectónica y alegres colores, ubicados junto al mar o tierra adentro, con el destello de su luz allá en lo alto de la torre. No es difícil imaginar cómo surgieron en paralelo a las grandes exploraciones marítimas, y cómo el uso de las primeras fogatas en puntos altos del litoral se fue sustituyendo hasta las modernas linternas con sus lámparas y lentes, siempre con la función de orientar y ayudar al navegante, marítimo y aéreo, a través del giro de sus haces de luz, de los intervalos entre destello y destello, de los colores de dicha luz, e incluso del sonido de sirenas en algunos casos, para los días de densa niebla. Es evidente que, con los satélites, el faro ha dejado de ser tan imprescindible como antes, pero para la navegación nocturna sigue siendo importante, aunque sólo sea para confirmar la información del GPS. En España hay casi doscientos faros en activo, siendo el más antiguo en funcionamiento del mundo el de La Coruña, La Torre de Hércules, que aún conserva sus cimientos romanos, y estando en la gaditana Chipiona el más alto. De todos modos, los fareros, quienes se encargan del cuidado del faro, cada día son menos numerosos, y torres habitadas no llegan ya ni a la media centena, por lo que un oficio con siglos de historia está condenado a extinguirse. No por ello dejarán de existir los faros, con sus haces de luz, seguidos de un intervalo de oscuridad, perdiéndose en el mar nocturno, y haciendo soñar a los más románticos en tierra firme, contando los segundos entre destellos e imaginando historias de altamar.
He pensado en la función de los faros en estos días en que el Presidente de Gobierno de España se ha dado unos días de reflexión para decidir si seguía o no en su cargo, al que se añade también el de Secretario General del PSOE, uno de los partidos obreros más antiguos de Europa. De repente fue como ese intervalo de oscuridad, en el que te encuentras algo desorientado y confuso, sin saber muy bien qué va a pasar. Es evidente que los hay que se frotaban las manos, felices y con la esperanza de que dimitiera; pero otros deseábamos que no lo hiciera, porque eso supondría que hacer trampas y no seguir las reglas del juego democrático es suficiente para acabar con la legitimidad de los designios de las urnas, que no me cansaré de repetir que son sagrados. Cinco días para pensar, él y nosotros todos, con la carta que escribió a la ciudadanía como única guía para entender los motivos de tal retirada. De repente, la sensación de una falta de liderazgo y una gran incertidumbre, las críticas de sus enemigos, porque no tienen la dignidad del adversario político, y el desconcierto y la confianza de sus votantes. Confieso que no tenía ni idea de lo que iba a pasar, lo cual me llenaba de desasosiego, pero cuando Pedro Sánchez pronunció las palabras He decidido seguir, con más fuerza si cabe, de repente sentí como si volviera a brillar la luz de un faro que hubiera dejado de funcionar de repente e inesperadamente. Es cierto eso de que no es la luz, lo que importa en verdad son los doce segundos de oscuridad, que canta Drexler. Han sido esos días de reflexión los que a mí me han servido para valorar en su justa medida la valía de un gran político, que ha tenido la desdicha de gobernar desde el primer momento contracorriente y sin el apoyo de una oposición responsable y que diera la talla en los tiempos difíciles. Estoy de acuerdo con él en que a veces hay que detenerse para seguir avanzando a continuación, así que celebro su decisión y comprobar que su liderazgo está a salvo de trampas, mentiras, bulos y zancadillas.