Por Lola Fernández.
La sensibilidad del artista no se ha quedado ajena a lo largo de la Historia a la guerra y sus consecuencias, generalmente para denunciar sus estragos y tratar de concienciar sobre lo terrible del enfrentamiento armado y la consiguiente violación de los derechos humanos. Así, a bote pronto, se me viene a la cabeza la obra de Goya El 3 de mayo en Madrid, de 1814, que podemos ver en el Museo del Prado, y con la que el artista de Fuendetodos quiso dejar constancia de la lucha de los españoles contra la dominación francesa a comienzos de la Guerra de Independencia española. Tan famosa como ella, la pintura Guernica, del malagueño Picasso, de 1937, en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que se refiere en este caso al bombardeo en ese municipio vizcaíno durante la Guerra Civil española. Dos obras pictóricas universalmente conocidas, dos obras maestras de la pintura de nuestro país, en las que no hay que añadir nada a lo que vemos en ellas: un fusilamiento múltiple, en la primera; el desesperado horror y el sufrimiento y la muerte tras un bombardeo, en la segunda. La obra de Goya se considera, además, precursora de los reportajes de guerra, que, a día de hoy, con la fotografía, nos son cotidianos: la presencia de fotógrafos en los frentes bélicos nos acerca la cara auténtica de los conflictos, sin más requerimiento que un momento de nuestro tiempo para mirar con atención las imágenes tomadas por mujeres y hombres que, realmente, en muchas ocasiones, se juegan la vida por hacer su trabajo.
No tiene nada de raro, pues, que se premie esta labor: así, el premio World Press Photo of the Year 2024 ha sido para el fotógrafo de Reuters Mohammed Salem por la imagen de una mujer palestina acunando el cadáver de su sobrina en la Franja de Gaza. Por no quedarme en los fríos datos, copio: La fotografía, tomada el 17 de octubre de 2023 en el hospital Nasser de Jan Yunis, en el sur de Gaza, muestra a Inas Abu Maamar, de 36 años, sosteniendo en brazos a Saly, de cinco años, que murió junto a su madre y su hermana cuando un misil israelí impactó contra su casa. Después se añade que es una conmovedora instantánea, que recuerda a la Piedad de Miguel Ángel, y esas cosas que se dicen en la crítica artística; pero al fotógrafo le basta con nuestra atención, y con que pensemos, por ejemplo, que esa niña muerta es una, solamente una, de los 14.000 niños inocentes asesinados en Gaza en la indiscriminada matanza llevada a cabo por Israel en los últimos seis meses. Impagable la valentía de estas personas, los fotoperiodistas, que se alejan de la comodidad de la paz, para enfrentarse a la muerte cara a cara, mirando a través de los visores de sus cámaras, a veces recibiendo un balazo en ese preciso momento. Trabajan siempre con la pretensión de acercarnos el horror de las guerras, tal vez con la esperanza de que a este otro lado algún día se lleguen a conmover quienes pueden firmar el armisticio y acabar con los enfrentamientos, aunque seguro que bastante decepcionados en esa ilusión, que acaba siendo más desesperanza que otra cosa. Guerra y arte, una conjunción que quizás no sea la más deseable, pero que, seguramente, es absolutamente necesaria, para que en los entornos menos estéticos, por decirlo de alguna manera, se puedan expresar las muchas emociones y sentimientos que sin duda existen y hay que plasmar; es eso de que por muy desagradable que sea algo, no se puede mirar a otro lado e ignorarlo, pues hacerlo es tanto como condenarlo al olvido.