Por Lola Fernández.
Facebook tiene la costumbre de empezar el día con un Hace X años, Ver tus recuerdos…, sin pararse siquiera a sopesar los sentimientos que pueden acarrear ciertas evocaciones; la cosa es que en esta ocasión me muestra una fotografía de hace 7 años de la Sierra de Baza nevada, que curiosamente es prácticamente igual a una que hice en estos días. En ella veo la nieve de telón de fondo, los árboles de hoja perenne luciendo majestuosos, y los de hoja caduca vestidos de flores antes de llenarse de renovadas hojas verdes. Por muy cálido que haya sido el invierno, que ya parece primavera, ahí se alzan las montañas con su frío blancor. A pesar del cambio climatológico, el tiempo y sus diferentes dimensiones es de las pocas verdades que nos rodean, ahora que la mentira y el engaño campan a sus anchas por doquier. Cuando se empieza a hablar con relativa naturalidad de la salud mental, resulta que no se cae en la cuenta de cuánto daño nos hace a los humanos como sociedad la falsedad y la estafa vital que nos rodean. La verdad es a estas alturas una rara avis que se valora poco, cuando debería ser la brújula que nos diga por dónde avanzar; cómo vamos a creernos nada, si casi todo es mentira y pura patraña. Es que incluso las creencias y las ideologías están plagadas del más descarado fraude, y al carro del infundio y de la trola se sube todo dios, con perdón, pero ya me dirán si es normal que los curas violen, ahí están los datos de la pederastia en la Iglesia, o recen entre chanzas sin gracia para que el Papa muera pronto. Y ya en terrenos más paganos, cómo se come que un mismo texto o realidad sean el blanco y el negro a la vez, según quién los enjuicie y su pertenencia a un bando político o al contrario. Eso de la objetividad y el análisis crítico lo dejaremos para otro momento, porque desde luego en este sólo brillan por su ausencia.
Así que cuando casi todo es mentira, no es difícil que aparezcan el malestar y la desilusión, y una desconfianza nada positiva que nos lleva a vivir a la defensiva, como si estuviéramos rodeados de truhanes que buscaran embaucarnos vendiéndonos la moto sin despeinarse. Me gustaría saber dónde queda eso de la vergüenza propia y el pundonor, qué es de la dignidad para ser consecuente y responsable y para acatar las implicaciones de envolverse en la mala praxis como quien bebe un vaso de agua. Cómo no va a ser general lo mal hecho, si no pasa nada por hacerlo así, que es mucho más cómodo y fácil que hacer las cosas correctamente y de acuerdo a las normas. Hoy en día es casi imposible ver que alguien responde por lo que haya hecho mal, aunque los resultados de esa negligencia sean miles de ancianos dejados morir en las residencias en tiempos de la pandemia, sin asistencia hospitalaria, porque se iban a morir de todas maneras; o miles y miles de niños y niñas en todo el mundo y desde hace muchos años, violados sistemáticamente por sacerdotes, sin que nadie haya hecho nunca nada para evitarlo, aunque conociera algo tan espantoso como asqueroso; o el indecente enriquecimiento de unos y otros aprovechándose de que vivíamos encerrados y con miedo mientras la cifra de muertos era la única e inexorable certeza. No sólo casi nada es verdad, es que además sentimos el deseo de que ojalá las verdades que nos rodean fueran también mentira, porque cuando todo es tan desagradable y deprimente, la mayor esperanza es que sea una pesadilla y, de repente, despertemos y sintamos el alivio de que era solamente un mal sueño.