Por Lola Fernández.
He leído que, dadas las cálidas temperaturas impropias del invierno, hay ya cerezas en algunos lugares a estas alturas del año; así que la previa floración habrá sido a principios de enero, a modo de una ficticia y temprana primavera. No sé si el tiempo se ha vuelto loco, y nos ha contagiado, o es él el que se está acompasando a nuestra disparatada energía cotidiana. Me imagino a Vincent van Gogh saliendo a los campos en estos días presentes, no de finales del s. XIX, y volviéndose tarumba de verdad viendo en flor los árboles frutales con tanta anticipación; o a su amado pintor japonés Katsushika Hokusai, una de cuyas obras ilustra el artículo, recreando la belleza de la naturaleza florida a principios de año, en vez de a finales de primavera, o incluso ya entrado el verano. Es mucho más lógico encontrar en esta época un almendro en flor, que un cerezo con su fruto ya maduro; pero es que la lógica brilla por su ausencia en estos momentos de la Historia, y a tantos niveles, que mejor no pensarlo mucho y seguir hacia delante, aunque sea viviendo la vida loca. Atolondrados y confundiéndonos, la política, los poderes, algunos ritmos que osan llamar música, los pensadores que cambian de ideología como quien se pone un traje nuevo cada mañana, el relato diario de la actualidad, el clima, los proyectos y megaproyectos de arquitectura e ingeniería, los avances científicos revolucionarios que se esperan a bastante corto plazo, tribunales, genocidios, bombardeos, alegatos, inviabilidades, propuestas, descalificaciones, socios, enfrentamientos… y tantos factores que, buscando certezas, siembran incertidumbres, como puedan imaginar. Hay tantas ofensivas multidireccionales, que no puedo sino entender que, ante la sequía, los árboles huyan literalmente buscando sobrevivir al cambio climático: está comprobado científicamente que, cuando los árboles mueren debido a condiciones extremadamente secas, hay un importante porcentaje de casos en que las especies reemplazantes pertenecen a vegetación no leñosa y, por tanto, muy diferente de los árboles originales, lo que resalta las dificultades del bosque para recuperarse. No olvidemos que la sequía ha sido mortal para la humanidad a lo largo de su historia, haciendo que se extinguieran para siempre grandes civilizaciones; recordando, además, que ellas mismas fueron las involuntarias causantes, por influir en la deforestación y pérdida de fertilidad de la tierra, o por abusar de la caza y no saber gestionar el agua, entre otros motivos. Nada nuevo bajo el sol, pero no aprendemos.
Total, un desastre. Asustan las temperaturas, y más cuando vemos que no llueve, y, hace tanta falta que lo haga, que duele hasta pensarlo. Si somos inteligentes -habrá que considerarlo en positivo-, algo tendremos que hacer; y nuestros dirigentes políticos deberían dejar de pelear por intereses partidistas y empezar a trabajar en común por el bienestar general, que, si se trata de la misma supervivencia, incluso a ellos les incluye, aunque parecen estar tan metidos en la burbuja del poder, que no se enteran de nada. Me parece que el desarrollo sostenible, que es el respetuoso con el medio ambiente, es tan esencial que se merece mucho más que alguna cumbre puntual en la que se firman cosas que nunca se llevan a cabo, tal y como se constatará en la cumbre siguiente; y así nos va. Creo que sería mucho más productivo invertir en vida, y no gastar esos ingentes, e indecentes, presupuestos en la guerra. En vez de fosas para cadáveres, plantar árboles y reforestar, que nos va invadiendo el desierto y no hacemos nada para evitarlo. En fin, el sueño de una noche de verano… ah, no, de invierno, aunque parezca mentira y ya podamos saborear cerezas de nuestras tierras.