Por Lola Fernández.
Si echamos la vista atrás a través de los recuerdos y nos vamos hasta nuestra infancia, tal vez seamos capaces de llegar al mismo momento en que por primera vez apareció en nuestro vocabulario vital la palabra amistad. Seguramente fuera ligada a la primera incursión escolar, porque no es raro que después de esa experiencia siempre haya un ¿y tienes algún amiguito?, demostrando cómo tradición e ilusión van generalmente de las manos. Y me refiero más a hacerse ilusiones que a tenerlas, aunque será porque a la evocación le añado consideraciones basadas en la propia experiencia, más que en lo que llaman realidad objetiva. Porque a ver, qué lástima, cómo pensar ni por un momento que porque asistas a la escuela un día vas a conseguir un amigo o una amiga; ni cursando todos los años de educación preuniversitaria en el mismo centro y con el mismo grupo me imagino poder hablar de amistad, o al menos de verdadera amistad, que esa es otra. Y es que es muy fácil llamar o que te llamen amigo, pero es que del dicho al hecho hay mucho trecho. Cierto que la amistad llega a convertirse en una de esas entelequias que son casi imposibles de vivir, empezando por su misma definición, que en el diccionario incluye el componente de extrafamiliar, como si en la familia no pudiera darse una relación amistosa, cuando a veces ocurre que no hay más amigos que dentro de la familia, si los hay. Aunque voy a hacerle caso al diccionario y dejaré fuera el ámbito familiar, que eso da para otro artículo, o para varios.
La cosa es que en la infancia y en la adolescencia, la amistad es algo casi más importante para cada quien que el mismo amor, otro constructo para echarle de comer aparte. Después nos hacemos, o nos hacen, adultos, y surge el citado amor, que, curiosamente, lleva aparejado en muchas ocasiones la expulsión de nuestras amistades, como si se tratara del destierro de un hipotético edén en el que sólo cupiera la pareja y pare usted de contar. De cualquier modo, si sobrevive alguna amistad previa al emparejamiento, o si se hacen nuevas ya en pareja, aún nos queda por aprender el significado de que obras son amores y no buenas razones, en relación con las personas a quienes llamamos amigas. Se dice que la amistad tiene las ventajas del amor, sin sus inconvenientes: a saber, hay entrega y generosidad, haciéndonos sentir que no estamos solos cuando necesitamos a los demás; sin tener problemas relativos a conductas posesivas o que tengan que ver con los celos y demás. Y de verdad que en teoría queda precioso, y más que quedaría si fuera real, pero, ay, no creo que sea la única que piense que es ideal mas absolutamente irreal. Eso que dicen de que quien tiene un amigo, tiene un tesoro, es de lo más acertado, especialmente en lo relativo a la extraordinaria rareza de experimentar semejante hallazgo. Quedémonos con la alegría de sentir que podemos contar con un puñado de buenos amigos, que nos hagan bajar la guardia contra la falsedad que otros te ofrecen, teniendo la osadía de llamarse amigos cuando no es que no lo sean, sino que son los peores enemigos, pues en eso se llegan a convertir a veces quienes nos traicionan y hacen que las palabras pierdan sus auténticos significados. Como cantaban Golpes Bajos en una bella canción llamada Desconocido: No me llames de amigo si me vas a dejar dolido, mi amigo…