Por Lola Fernández.
Recuerdo a Miguel Gila con su característico teléfono llamando al enemigo para parar la guerra, le pedía que avanzaran por la tarde después de ver el fútbol, en vez de temprano cuando todos dormían… El absurdo de un humorista genial con el que nos partíamos de risa, que nada tiene que ver con la incongruencia de una tregua en la guerra de Israel, para dejar pasar una ayuda humanitaria a quienes a continuación se va a seguir masacrando sin piedad. Que se detenga una guerra, aunque sea por unos días, siempre es positivo, y a la vez nos indica que los enfrentamientos bélicos pueden frenarse, que alguien maneja los hilos y los resortes de la vida y de la muerte en campos de batalla muchas veces ficticios. Porque en las imágenes veo soldados armados hasta los dientes contra niños que lloran, mujeres y ancianos, y hombres desarmados que buscan entre las ruinas los cuerpos de sus seres amados. Me da lo mismo la diplomacia internacional y los protocolos: es intolerable esta matanza, por mucho que exista el derecho de defensa. Una cosa es atacar a un terrorista, y otra muy diferente aterrorizar a una población civil que no tiene nada que ver; y si nuestra sociedad no puede atajar algo tan brutalmente inhumano, es porque hemos fracasado como seres humanos supuestamente inteligentes. No es lógico, y sí disparatado, el proceder de los humanos en demasiadas ocasiones, y ese es sólo un pequeño ejemplo; porque podemos añadir la competencia entre ciudades por ver quién derrocha más electricidad para alumbrar las fiestas navideñas; o el éxodo vacacional sólo porque llegan puentes, con independencia de si hará buen tiempo, o estará todo masificado, etcétera. Continuando con la Navidad, da para observar muchos más desatinos: como el comer como si no hubiera un mañana, el reunirse con gente que no gusta nada, el gastar sí o sí, aunque el bolsillo renquee, y esas cosas que cualquiera puede visualizar con sólo pensarlo un poco. Es curioso cómo convive la fiesta y el duelo sin apenas fronteras; mientras unos lloran a sus muertos, otros se ponen ciegos de dulces y priva; igual el alegre sonido de los villancicos acalle el rumor del llanto en lugares que se nos antojan muy lejanos.
Es verdad que, si no queremos que la tristeza nos devore, hay que marcar distancia con los problemas cuya solución no depende de nosotros, porque sería casi imposible levantarnos con ganas de vivir sabiendo cómo es la vida globalmente en nuestro planeta. Hay que dejar paso a la fantasía y a la ilusión, sorteando obstáculos y dificultades según vayan llegando, que tampoco es cosa de anticiparlos y sufrir por algo que igual después ni ocurre. Por supuesto que caben las fiestas, los viajes, las luces, las músicas, aunque en algún lugar sólo haya miedo, oscuridad y estruendo amenazante; y todo ello sin sentirnos culpables, puesto que no lo somos. Pero hay que tener muy claro quién es el amigo y quién el enemigo, y no dejar nunca de denunciar al que abusa del más débil. Aunque en ocasiones cuesta diferenciarlos, siempre hay un bueno y un malo, y muchas veces un ataque es para tratar que dejen de pisarte; lo malo es que después sólo vas a conseguir que te aplasten… Aunque sea difícil, hay que seguir y no dejarse abatir, aunque la crispación y el desbarajuste hagan mucho ruido. Por mucho disparate que nos rodee, siempre vamos a contar con la imaginación para soñar un mundo mejor, y ella se manifiesta por doquier para quien quiera disfrutarla.