Por Lola Fernández.
Entre dichos y sentencias, supersticiones y creencias, fuerzas sobrenaturales y evidencias empíricas, moviéndonos entre magia y ciencia, ahí estamos, tratando de hallar una armonía, aunque sea imperfecta. Siempre será difícil hablar de equilibrios, por lo que suponen de inmovilidad, así que si al menos encontramos concordia ya podremos darnos por satisfechos. En tiempos de conflictos y desavenencias, mejor esbozar una sonrisa, porque, aunque el que no llora no mama, el llanto no sirve de mucho cuando la suerte está echada. Malditos refranes es una canción de los Gabinete Caligari, en la que se quejan de que sólo se cumplen los negativos, como quien bien te quiere te hará llorar, mientras que los positivos se quedan en el refranero sin realizarse jamás. Y la verdad es que es lo que suele ocurrir, al igual que la Ley de Murphy: Si algo puede fallar, fallará. Si hay la posibilidad de que algunas cosas fallen, la que cause más daño será la primera. Si algo no puede fallar, lo hará a pesar de todo. Así que ya me dirán ustedes si no hay que sonreír, aunque sea a base de inventarnos la alegría. Están los tiempos revueltos y anda la gente bastante desquiciada, casi al borde de un ataque de nervios, que diría Almodóvar. Se escuchan gritos y se observan gestos soeces, en medio de conductas que rayan el delirio por lo disparatadas. No viene mal en momentos así echar mano de pensamientos profundos y principios que encierran la sabiduría repetida siglo tras siglo para tratar de enseñarnos a ser mejores personas. Porque ser mala gente es lo más fácil, y recurrir a la violencia tiene el peligro de que te respondan con más violencia, lo cual no es muy inteligente precisamente.
Medicina mucho más adecuada un buen aforismo, que cualquier jarabe de palo, de eso no me cabe duda alguna: Más vale uno en paz que ciento en guerra, porque quien tiene paz y alegría, duerme bien de noche y gana bien de día, mientras que quien va a la guerra, come mal y duerme en la tierra. Pues cuando los sables mandan, los libros callan, además de que cuando truenan los cañones, no hay oídos para las razones, y cuando los tambores hablan, las leyes callan. Y no me negarán que son preferibles los libros, las razones y las leyes, antes que sables, cañones y tambores. La guerra, todo lo malo lo trae, y todo lo bueno se lo lleva, puesto que la guerra mil males engendra. Si se quiere afrontar la vida con sabiduría, no se puede acudir a la violencia como sustituto de la razón, ni pretender obtener a la fuerza lo que no corresponde por ley. Me parece que harán bien nuestros gobernantes si delimitan claramente la frontera entre el derecho y el abuso, que en mis tiempos mozos ya se hablaba de las diferencias entre libertad y libertinaje; claro que ahora no es infrecuente ver cómo se aúnan rezos del rosario con impúdico uso de muñecas hinchables. Ya digo, tiempos de delirio y actos surrealistas, grotescos y groseros, que, aunque puedan parecer absurdos, no dejan de ser peligrosos, y más cuando son dirigidos desde las sombras y ejecutados por cabezas huecas. Afortunadamente el otoño sigue su curso, y los árboles de la alameda amarillean, mientras el viento los aligera de hojas. Aunque aún no han llegado los fríos, inexorablemente vendrá el invierno, como espero que se instale la cordura en estos tiempos de furia. Mientras tanto, siempre habrá aforismos y refranes para acudir a ellos buscando refugio en nuestro desconcierto.