Por Lola Fernández.
No es lo mismo estar revolucionados, que ser revolucionarios; como nada tiene que ver manifestarte azuzado, que hacerlo indignado. Es muy absurdo clamar contra algunos nacionalismos, mientras te envuelves en banderas; y no hay que ser muy listo para entender que no crea alarma el denunciar las carencias, los desmantelamientos y un mal funcionamiento, sino que alarmantes son en sí mismos dichas carencias, desmantelamientos y mal funcionamiento. Llama la atención que no se proteste en defensa de nuestros derechos, y que se desgañiten contra la democracia, pretendiendo lograr con la agitación que no se cumplan los designios sagrados de las urnas. Si hay alguna ley que aborrezca, esa es la del embudo; y nada me puede molestar más que que se pretenda ganar haciendo trampas. Me gusta la riqueza de la diversidad y el pluralismo, empezando por el político. Y sé que, junto al orgullo de ser de izquierdas, convive el de ser de derechas, pero si cantas el cara al sol mientras despliegas una violencia verbal y física contra personas y mobiliario, al tiempo que lanzas proclamas racistas y homófobas, no puedes ofenderte si se te llama facha, o, directamente, fascista. Máxime cuando estás mandando tu ira dirigida contra sedes de partidos políticos, y ello por algo muy sencillo: porque la Constitución nos dice que (sic) los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Que es tanto como decir que el derecho fundamental a la libertad de expresión no puede en modo alguno ejercerse vulnerando otros derechos, fundamentales o no. Añadiría algo más, si atendemos a la libertad de creación y ejercicio de los partidos, siempre que se respete la Constitución y la ley, hay algunos, como Vox, que deberían ilegalizarse, por inconstitucionales. Y si existen es porque hay democracia y es generosa, aunque no se puede consentir que ello lleve a ser tóxicos y peligrosos con el mismo juego democrático.
Quien está acostumbrado a hacer trampas, lógicamente no sabe perder, pero eso no es problema sino suyo, no de los demás. Y aquí en España, tan de todos como de quienes se creen con su posesión en exclusiva, la soberanía nacional reside en el pueblo español; no en los jueces, ni en algún político que se crea caudillo, ni en medios de comunicación al servicio de poderes fácticos que pretenden agitar la vida diaria para seguir viviendo a lomos de la desigualdad y el privilegio. La Constitución avala que gobierna no quien gana, sino quien logra los apoyos para hacerlo; y da vergüenza ajena que se trate de denigrar ciertos apoyos, cuando previamente se han pretendido sin éxito. No sé quién quiere tratarnos como a idiotas, pero, para su desgracia, no lo somos. Y es mucho más mayoritaria la cantidad de personas que no nos dejamos azuzar por las somormujas fuerzas que quieren llevarnos a la guerra para soportar los palos, mientras ellas se frotan las manos, que las mareas de violentos que pretenden ni se sabe qué; porque, a ver, qué es lo que creen que van a conseguir quemando contenedores, agrediendo a periodistas o policías, y destrozando todo lo que se les ponga por delante. Me parece grotesco que quienes no son más que unos nostálgicos de la dictadura, osen tratar de insultar llamando dictadores a dirigentes que no son nada sospechosos de serlo. Pero bueno, ya se sabe que no sirve de mucho razonar contra la irracionalidad del extremismo. Mientras se argumenta, ellos vociferan, si es preciso con megáfonos que dejen sordo a cualquiera que no se una a su barbarie; pero no por mucho gritar se tiene la razón; y por mucho que una mentira se repita, no se va a convertir en verdad. No es lo mismo discutir que imponer, argumentar que obligar, protestar que intimidar; y toda una evolución nos sacó de las cavernas y de acabar con el diferente a golpes y puñetazos. Aburrida y aturdida de tanta intranquilidad, no me queda otra que mirar a los cielos, que siempre procuran más paz que las guerras en la tierra; y desconecto de tumultos y turbas con el caprichoso pasar de las nubes, que a veces se visten de cometas y se dejan mecer por el viento.