594. Entretiempo

Por Lola Fernández.

Por esas cosas de la vida, este viernes pasado me acosté pensando que había que cambiar el reloj, cuando en realidad tocaba en la siguiente madrugada. Me levanté el sábado recorriendo los relojes de casa y atrasándolos automáticamente una hora, sin entender que el móvil siguiera igual que el día anterior. Bueno, me dije al comprobar mi error, ya los dejo cambiados para el domingo; aunque confieso que me sentí un poco perdida en el tiempo. Como por aquí es ahora cuando han bajado las temperaturas y por la noche ya uso una colcha ligera en la cama, he aprovechado el fin de semana para sacar la ropa de entretiempo y guardar la más estival. Entretiempo, bonita palabra que define a la perfección cómo me encontré el sábado por la mañana. Definitivamente, es lo que sentí, adiós, verano, adiós. Pasarán las estaciones antes de que vuelva a recorrer la orilla del mar con los pies descalzos, jugando a vestirlos de espuma; o antes de que no importe la hora para salir en medio de la noche a mirar el cielo estrellado cuando el silencio es el único que grita. Ahora toca disfrutar la metamorfosis más colorida de la Naturaleza, la misma que, invariablemente, cada año nos deja boquiabiertos con su inconmensurable belleza. Entretiempo, duermevela, agridulce…, sustantivos que implican transición, mezcla, fusión; como los juegos de palabras que aúnan a dos seres en uno, al estilo del gato que araña. Me gusta mucho el universo mágico de las palabras, y es fantástico perderse por entre sus confines, a modo de astronauta de la ficción.

Foto: Lola Fernández

 

No estaría mal, por ejemplo, encontrar una palabra que definiera cómo veo a Baza. Siempre me ha gustado sentirla como una ciudad, y creo que se acerca a ello, por servicios, por habitantes, y por otra serie de criterios objetivos, digámoslo así. Pero, ay, en ocasiones no me queda otra que verla más rural que urbana. No tengo nada en contra de los pueblos, frente a las ciudades; antes al contrario: veo bastantes ventajas en las poblaciones más pequeñas, siempre que no lo sean demasiado. Pero no me refiero a tamaño, ni mucho menos: hay algunas cosas bastetanas que me desorientan cuando me toca vivirlas, y es entonces cuando echo de menos una palabra que una pueblo y ciudad. No entiendo, por concretar, que un sábado de verano a las 8 de la mañana, que no son las 7 o las 6, llame a un taxi y nadie me conteste, dejándome tirada y obligándome a andar hasta la estación de autobuses cargada de equipaje, para una de las pocas veces en que no hago uso de mi coche. O que un viernes a las 11 de la noche, que no son la 1 o las 2 de la madrugada, el único taxista que me contesta me diga que tardará una hora y media en recogerme… Vamos a ver, ¿es que sólo hay un taxista y vive a una distancia equivalente a Loja? Pero ¿cuántas licencias hay en Baza para este medio de transporte? Esto ya no es ni siquiera de pueblo, porque estoy segura de que en cualquiera de ellos habría varios taxistas que acudirían solícitos a cumplir con la obligación de atender al ciudadano que requiera sus servicios. Es lo mismo que, por poner otro ejemplo, ir a un negocio y que unas veces esté abierto y otras cerrado, sin explicación ninguna, ni un simple Vuelvo enseguida, que generalmente es pura trola. Estas cosas sólo crean desconfianza y quitan las ganas de volver a usar esos servicios o acercarse a esos lugares. No quiero ni imaginarme que necesite una ambulancia y nadie me conteste, o me digan que vendrán cuando ya me haya ido al otro barrio. Una ciudad que quiera serlo, no sólo ha de llamarse así, sino que hay que cumplir, escrupulosamente, con la ciudadanía, y que ésta esté feliz de no vivir en medio de la jungla, o en el culo del mundo, con perdón.