Por Lola Fernández.
Las contradicciones de nuestra sociedad provocan desazón e impotencia hasta al más pintado, aunque con el tiempo una ha ido aprendiendo a relativizar, porque en caso contrario no es raro que la tristeza te atrape, y tampoco es plan el estar sufriendo por las cosas que la humanidad en su conjunto haga o deje de hacer. Bastante tenemos con responsabilizarnos cada quien con lo nuestro, que ya es más que suficiente, como para estar pendientes de soluciones que son ajenas, aunque los problemas que las urgen nos atañan en un modo u otro. Sin embargo, hay tantas incoherencias a nuestro alrededor, que es imposible dejar de verlas y abstraerse por completo respecto a ellas. A ver: cómo es posible que se pierda un submarino, que no cumple las mínimas medidas de seguridad, en las profundidades del océano y haya un descomunal despliegue de medios para rescatar cinco vidas, cuando día a día se ignora a pateras que se quedan a la deriva en la superficie del mar y se condena con ello a cientos y cientos de personas a una muerte segura, mientras los países se pasan el balón de un tejado a otro, para finalmente no hacer nada ninguno de ellos. Por supuesto que las cinco personas víctimas de una implosión catastrófica a bordo del Titán se merecen todos los esfuerzos para salvarles, pero no más que cualquier inmigrante ilegal de las pateras abandonadas a su suerte a diario. El resultado es que el mar se ha convertido en una gran fosa común donde el mundo civilizado deja que naufraguen los sueños y las vidas de miles y miles de personas que sólo huyen del hambre y la guerra; y nadie nos cuenta nada de ninguna de ellas, excepto puntuales ocasiones en que a la orilla de cualquier playa llega el cadáver de un pobre niñito; entonces, y dicho con el máximo respeto, a mí qué me importa la vida de nadie que decide jugársela por nada especial.
Siguiendo con las cosas absurdas: cómo pueden las mujeres, ni nadie, votar a grupos de extrema derecha y a quienes con ellos pactan, si lo primero que hacen es eliminar las herramientas democráticas para la lucha por la igualdad de derechos, desde su negacionismo de la violencia contra la mujer. De qué han servido años y años de lucha, muchas veces dejando la vida en ella, por avanzar en el progreso y los derechos humanos, si llegan unos gañanes y producen una involución y un retroceso en nuestra democracia que difícilmente se pueden después revocar; y no hay más que ver el atraso que aún arrastramos tras cuarenta años de dictadura franquista. La conquista de los derechos son una mejora para la humanidad en su conjunto, y quien ataca a las mujeres, evidenciando un machismo y una misoginia repugnantes, atenta contra toda la sociedad. La igualdad de derechos es una conquista en la que se implican tanto las mujeres como los hombres, y precisamente éstos son los que menos debieran permitir que los machistas ensucien y perturben el entendimiento y la igualdad de género. Buscando la igualdad, se lucha contra la desigualdad, no contra los hombres; así que harían bien ellos en cerrar la boca y el paso a los que sólo llegan a machos, que son los que nunca van a saber, ni siquiera vislumbrar, qué es eso de la hombría. Y no quiero acabar sin señalar el desconcierto que me produce ver cómo la inmensa mayoría se suma a la fiesta con el más mínimo motivo, por ejemplo San Juan, mientras se queda en casita cuando toca salir a exigir cosas como una sanidad o una educación públicas potentes y decentes. Cuánto hemos de aprender de nuestros vecinos los franceses, que ya desde mayo del 68 nos enseñaron lo importante que es la lucha social por los derechos de las personas. Claro que para eso hay que saber distinguir entre lo importante y la mera parranda; que no está mal el jolgorio, ni mucho menos, pero siempre que se tengan satisfechas las necesidades vitales básicas, vamos, digo yo.
PD: Feliz verano y nos vemos en otoño. Sean todo lo felices que se pueda, sin olvidar las cosas que realmente importan, que suelen coincidir con las que nos mejoran como personas, y engrandecen la vida de la inmensa mayoría.