Por Lola Fernández.
Lo que significan las cosas que importan es algo voluble, aunque a priori no nos lo parezca: una canción que te elevaba a los cielos un día, te pasa inadvertida otro si suena de repente, te es indiferente; una ciudad que te abrazaba al llegar, de pronto te es incluso hostil; un poeta que te volvía loca, y ya ni fu ni fa; un perfume, una obra artística, colores, lugares, ambientes, etc., sin ni siquiera advertirlo, se desdibujan en la nada, como la tinta de esos tickets que guardamos y con el tiempo están en blanco…Y no es así porque estén asociados a las modas, que esas ya se sabe que van y vienen; porque incluso siendo aliados de los sentimientos más profundos, cambian sin que nos demos cuenta, como la misma profundidad de tales sentimientos. Pienso esto cuando abro un libro y me encuentro entre sus hojas una flor silvestre seca que seguramente guardé cuidadosamente porque era importante en ese momento, pero que, ay, la miro y no me dice nada, es que ni siquiera sé de dónde procede, de cuándo es, de si estaba sola o acompañada al tomarme la molestia de cogerla y hacerla mía. Lo curioso es que no me deshago de ella, y la vuelvo a guardar entre las hojas de otro libro…; igual algún día, cuando yo ya no esté, alguien se tope con esa flor seca y piense en lo mucho que debió significar para mí si estaba entre mis libros más queridos; y lo cierto es que, con el tiempo, igual ni esos libros me digan lo más mínimo. Si de vez en cuando hiciéramos un inventario de todas esas cosas de las que nos rodeamos e incluimos en el círculo más preciado de nuestra privacidad, pensándolas importantes para nosotros, por un motivo u otro, lo mismo nos llevábamos la sorpresa de acabar tirando a la basura la inmensa mayoría de ellas.
Hasta aquí no me refería ni estaba incluyendo a seres vivos, que esa es otra, y mucho más peliaguda. Todo lo relativo a personas es, obviamente, bastante más complejo, pero en términos abstractos y amplios, también ocurre a veces que quienes eran esenciales para nosotros en un momento dado, después no son nadie, o, lo que es peor, son alguien que nos desagrada al punto de no querer no ya verlos, sino siquiera recordarlos. Es así, y si se piensa fríamente, es algo increíble que podamos mutar de dicha manera; claro que en este caso no es infrecuente que en medio de esa mudanza de filias a fobias haya una intensa decepción. Quizá ello explique igualmente que no nos ocurra de un modo similar con las mascotas, porque a quién le ha defraudado alguna vez su perro o su gata. La desilusión es un poderoso motor para sentimientos de animadversión y honda tirria, al tiempo que nos suele abrir los ojos y nos deja ver la realidad tal y como es, no tal y como la imaginábamos. Por el contrario, la ilusión actúa muchas veces en sentido inverso, y nos hace comulgar con ruedas de molino, volviéndonos ciegos y tontos como nosotros solos. Y da exactamente igual que seamos capaces de reflexionar sobre ello y lo entendamos de maravilla: seguiremos eligiendo una flor en el campo para que nos acompañe el resto de nuestra vida, y nos volveremos a equivocar con gente que de entrada nos parecerá exquisita y después sólo la veremos ordinaria y mediocre. Iremos andando de la mano de las cosas que importan aquí y ahora, aunque ya hayamos aprendido que eso puede cambiar tan fácilmente como el cielo en un día nublo con fuerte viento.