Por Lola Fernández.
Mientras recorro las calles, encuentro por las paredes restos del último Cascamorras y esa imagen de manos negras me hace pensar en pinturas rupestres y en nuestros primeros antepasados, que usaban sangre, arcillas o pigmentos vegetales para dejar sus primeras expresiones pictóricas en las paredes de las cuevas. Junto a un puñado de manos de distintos tamaños, un corazón que pintó alguna persona romántica que en algún momento de su vida aprendió a relacionar esa figura con el amor. Los humanos trogloditas que plasmaban la huella de sus manos estaban experimentando, mientras que quien pintó el corazón nos dejó la plasmación de un aprendizaje a lo largo de su experiencia. Fotografío la pared y pienso que parece mentira que hayan pasado tantos miles de años entre las primeras expresiones artísticas del ser humano, y la costumbre de manchar las paredes blancas cada seis de septiembre, fecha de la tradición bastetana más conocida. Lo que para los foráneos que desconocen la fiesta del Cascamorras puede ser simplemente una especie de vandalismo urbano, y así me lo definieron un día unos publicistas sevillanos que pasearon por Baza tratando de inspirarse para un encargo sobre la marca de ciudad, para los bastetanos es algo que va ligado a sus emociones y sentimientos, y tan grabado en sus corazones como la pintura negra que se queda por muros y paredes, a lo largo de los años en muchas ocasiones. No, no desentona nada el corazón negro junto a las manos, y es bonito que aún haya quien exprese el amor sin personalizar con nombres y adjetivos.
Al pensar en el transcurso del tiempo, siglo a siglo, imperturbable al cómputo que nos inventamos para temporalizar, pienso en qué humano es considerar que nuestra vida podría ser o haber sido vivida de casi infinitos modos diferentes a como la vivimos y la estamos viviendo día a día. Y, sin embargo, creo que mil veces que naciéramos, volveríamos a hacer exactamente lo mismo. Podría haber…, si hubiera…, haría si…, pensamos y nos decimos, pero ¿de verdad creemos que tenemos el poder de cambiar nuestra existencia más allá de lo elemental? Hay personas, pocas, pero las hay, que de repente un día ponen punto y aparte, y empiezan a vivir de un modo y en un entorno completamente diferentes. Suelen estar solas, y si no lo están es porque alguien les sigue, pero por pura solidaridad más que por deseo propio; y son un buen ejemplo de que aún poseemos la capacidad de decisión, y que la voluntad es más poderosa que el peso intangible pero inmenso de la rutina y la costumbre. Todos sabemos de alguien que vendió todos sus bienes, abandonó un trabajo permanente y se fue lejos a vivir otra vida; seguramente nos pueda ser de inspiración saberlo, aunque me pregunto si ello basta para traducirse en un aliento, en una ayuda para tomar una decisión cuando nos ronda una idea de cambio. Igual pasarán los años y seguiremos recorriendo las calles, viendo año tras año las huellas negras de las manos de quienes detuvieron un momento su carrera para dejarlas sobre las blancas paredes; y nos volveremos a sorprender con trazados tan románticos como un corazón solitario perdido en nuestra ciudad. O, quién sabe, tal vez alguien sea capaz de realizar sus deseos de cambio más íntimos, y alguna vez sepamos que dejó todo sin mirar atrás, porque por delante tenía muchas cosas que ir a buscar para empezar de cero.