Por Lola Fernández.
Y de repente, cuando alguno ya creía que el año iba a vestirse de primavera perenne, llegó el viento helado, trayendo aparejado un frío de esos que te cala los huesos con independencia de que lleves bastante ropa de abrigo, y el gris del cielo se hizo el tono general de los días. Este país, tan maleducado como para nominar una película en 11 categorías, y que, en la gala del cine español, los Goya, se escenifique el desprecio absoluto hacia ella, dejando que una obra como Alcarràs, premiada en Berlín con el Oso de Oro, se quede sin premio alguno, es capaz de eso y de mucho más. Ya se había visto anteriormente, con la más absoluta indiferencia ante un Almodovar que sin un Goya ese año, sí ganaba un Oscar. Para chulería, la española, y lo demás es tontería. Somos raros, para qué lo vamos a negar, y podemos pasar del sempiterno complejo de inferioridad, lamentando que no se nos valore internacionalmente, a lo absurdo de mirar a otro lado cuando en el extranjero señalan algo como digno de mención especial. Parece ser que en la Academia del Cine Español abundan los carcamales, hombres casi todos, cómo no, que seguramente se sienten orgullosísimos de hacer el ridículo más espantoso; allá ellos, pero tampoco es cosa de generalizar, y seguro que España es más moderna y menos soporífera que grupos cerrados que no evolucionan ni dejan entrar aires de renovación allá donde son tan necesarios.
Es como lo de encontrar abandono y suciedad por aquí y por allá, con maceteros que más que propiciar un contenido para admirar la belleza, son meros contenedores de basura; con jardines abandonados a su mala suerte, la de estar en lugares donde no se les cuida y mima como se merecen; con rincones en calles oscuras que más parecen letrinas; y un largo etcétera de insuficiente mantenimiento y un insalvable déficit de imaginación callejera, que hace imposible que allá donde menos te lo esperes surja la grata sorpresa de estímulos y pequeños detalles para proporcionar alegría. Sales fuera y da envidia ver cómo cuidan estas cosas que aquí parecen dejadas de la mano de Dios, si es que éste se ocupara de semejantes asuntos, que me parece a mí que ni de coña, o ni en broma, si la palabra les suena mal. Y una no lo entiende, porque ni siquiera es cuestión de presupuesto, si es que fuera muy caro engalanar las plazas y parques con flores y plantas respetadas por el personal; es que basta con la sola imaginación de quienes se encargan de estas cuestiones, que pueden parecer tontas, y que sin embargo son esenciales por la satisfacción que proporcionan. De qué sirven frases en los pasos cebra, si se olvida que hay que mantenerlas con pintura si no se quiere hacer un homenaje al abandono, y las nombro como sencillo ejemplo de algo que seguramente pretendió cierta originalidad artística en la urbe, más allá de que fueran frases muy poco originales. La imaginación es gratis, eso es conocido por la inmensa mayoría, la que recorremos las calles y nos gusta verlas bonitas, la misma que no entendemos por qué hay tanta carencia de creatividad. Tampoco es tan difícil inventar o reinventar una ciudad amable y bien cuidada, haciendo que desde pequeños aprendan que todo el mobiliario urbano es de todos, que la naturaleza que nos circunda nos pertenece y no cuesta ningún trabajo tratarla con respeto; que nada es ajeno a nosotros, porque todo, absolutamente todo lo que conforma una localidad, más allá de los contornos de la privacidad, es de todos.