Por Lola Fernández.
No creo que nadie haya olvidado los insoportables calores del verano pasado, cuando dormir era toda una odisea ante tan elevadas temperaturas, lo que obligaba a usar el aire acondicionado durante la noche, o dejar abiertas todas las ventanas de casa con la esperanza de crear corrientes de aire que refrescaran el ambiente. Aire acondicionado no todo el mundo tiene en los dormitorios, y con los prohibitivos precios de la electricidad durante los meses anteriores, lo más frecuente sin duda era abrir las ventanas y que entrara el aire. Pero de repente, una noche me desperté medio asfixiada y sin saber por qué, con un olor espeso y desagradable que me dificultaba respirar bien. Entre sueños lo primero que pensé es que alguien quemaba rastrojos, algo raro a esas horas, pero como hay quienes se saltan las normas por norma, válgame la redundancia para expresar mi rechazo, pues traté de dormir de nuevo ignorando el calor y el tufo que me ahogaba por momentos. Ni qué decir que cuando amaneció lo primero que hice al levantarme fue buscar alguna explicación para mi ahogo nocturno, y cuál no sería mi sorpresa al ver en la vega columnas de humo blanquecino y denso saliendo de varias chimeneas, vomitando su contaminación entre viviendas y con la dirección del viento como caprichoso timón para dirigirla para aquí o para allá. No tengo ni idea de qué tipo de empresa produce esas emisiones que se pasan horas y días ensuciando el aire que respiramos, ni de cuánto tiempo lleva ahí en medio de lo que queda de vega. Supongo que serán emisiones legales y que su toxicidad estará dentro de los parámetros y requisitos que marca la comunidad europea; porque desde luego el humo no puede esconderse, ni a los ojos, ni a los olfatos, ni a los pulmones. Pocas cosas cantan más, si acaso se me ocurre que la contaminación acústica, pero no, estas chimeneas expulsan su veneno en total silencio, como si quisieran pasar desapercibidas, lo que no logran en modo alguno.
Habida cuenta de que España es el país europeo a la cabeza en emisiones contaminantes por incineración de residuos, y que las emisiones de dióxido de carbono se incrementan año a año, en vez de disminuir como manda la ley y la lógica, no sé qué pensar. Porque, además, cuando he leído sobre el tema me he encontrado con afirmaciones tan absurdas como que quemar residuos reduce la contaminación; junto a señalar como desventaja que a nivel del medio ambiente y de la salud, tales emisiones al aire son altamente tóxicas y pueden provocar, y provocan, problemas no solo respiratorios, sino enfermedades endocrinas, nerviosas e incluso reproductivas… Nada baladí el asunto, como podemos ver, sino por el contrario, de gravedad y merecedor de atención. Yo no vivo en la vega, cerca de esas chimeneas, y por suerte solo padezco por ellas cuando el viento se dirige a la ubicación de mi hogar; pero no quiero ni pensar en quienes se fueron a vivir al campo buscando aires más puros que los urbanos, porque no solamente sufren por esas emisiones mucho más que los que estamos apartados, sino que algo así reduce, obviamente, el valor de sus casas. No sé en qué se estará pensando al otorgar las licencias para poner en marcha empresas de esta índole tan cerca del casco urbano, pero los responsables no deberían olvidar que todo incide e influye en el bienestar general de las gentes, ese por el que han de trabajar y que les ha llevado a la responsabilidad de tomar decisiones que mejoran o empeoran las vidas de la ciudadanía en su conjunto.