Por Lola Fernández.
Los habitantes de la zona norte de la capital granadina llevan más de diez años con problemas de cortes de energía eléctrica, y en estos días gélidos no es difícil imaginar lo que supone sufrir en casa una media de tres cortes de luz a la hora, ni el cabreo que tienen como ciudadanos que pagan un servicio que no disfrutan. La empresa encargada del suministro aduce que han invertido muchos millones de euros en infraestructura, y que el problema no es ese, que se trata de la sobrealimentación de los enganches ilegales para el cultivo de marihuana, que implica que una vivienda en la que se hay dicho cultivo realiza un consumo eléctrico equivalente a 80 viviendas, lo que propicia que salten los plomos para evitar sobrecalentamientos y toda la problemática asociada. O sea, que estamos ante un problema estructural que precisa la intervención de la Administración a varios niveles, la policial incluida. De hecho, con la colaboración de Endesa, la policía ha logrado desmantelar bastantes plantaciones, pero nada que ver con el total de ellas, aparte de que cuando se desmantela una, otra está ya apareciendo en otro lugar. Y este es un problema que no solo atañe a la capital, sino que abarca bastantes poblaciones del Área Metropolitana de Granada, compuesta por 34 municipios colindantes además de ella. Algo muy grave, y que tiene ya muy harta a mucha gente, que no duda en echarse a la calle y demostrar tal hartazgo a la vez que demandan soluciones, como llevan haciendo durante toda una década, que se dice pronto.
Diferente apagón es el que lleva a una persona a elegir la muerte como única salida a unos problemas que se le hacen irresolubles por otros caminos. El problema del suicidio es gravísimo a nivel mundial, y en nuestro país resulta en que al año hay muchísimas más víctimas suicidas que por crímenes o accidentes de tráfico. Ciertamente que las condiciones sociales y económicas causadas, sucesivamente, por la crisis y la pandemia influyen, pero las cifras actuales de suicidios son muy parecidas a las del año 2000, y se incrementan inexorablemente, hasta el punto de que más de 11 personas se quitan la vida cada día en España. Leer los datos sobre este drama provoca escalofríos, porque no puedes dejar de pensar que son muertes evitables, y que falta invertir mucho más buscando soluciones. Las cifras de las muertes en accidentes de tráfico, por ejemplo, han disminuido gracias a esfuerzos económicos en seguridad vial, campañas preventivas, medidas efectivas como limitaciones de la velocidad y retirada de puntos en el carnet de conducir, etc. Sin embargo, para la prevención del suicidio no parece muy efectiva la existencia de un teléfono de asistencia para quienes presentan tendencias suicidas, o que haya unos pocos psicólogos en la sanidad pública. Quien está desesperado y a oscuras no está para llamadas, y muchos suicidas jamás hablaron de sus intenciones; y si se opta por acudir a un psicólogo o un psiquiatra públicos, es una broma pensar siquiera que con una cita cada tres o cuatro meses, alguien con problemas de salud mental va a mejorar, y es más que evidente que no todos pueden pagarse un especialista privado que le atienda al menos una vez por semana, o las que sean precisas. No sé de soluciones mágicas, pero la inversión pública en el problema es absolutamente necesaria si se quiere evitar la salida mortal que busca quien sufre en la oscuridad y no logra que se haga la luz.