Por Lola Fernández.
Tienen algo de onírico las sombras, que las hace misteriosas y atractivas. Bajo el sol o las luces eléctricas crean un mundo mágico irreal; existen, pero son meras proyecciones de la realidad: a veces fieles, a veces distorsionadas, aunque nunca invisibles. Es digna de ver la reacción de los niños pequeños en el mismo momento en que descubren su sombra acompañando sus pasos: va desde el asombro al terror, jugando a veces, huyendo otras tantas, sin provocar nunca indiferencia, hasta aprender que será una compañera permanente para el resto de sus vidas. Me gusta ver las sombras que los árboles y las plantas proyectan sobre los muros, y no me cabe ninguna duda sobre que, en un primer momento, los primeros humanos se sirvieron de ellas para iniciarse en el dibujo; me imagino siguiendo el trazado con palos en la tierra, o con carbón en los muros. Eso, y plasmar la huella de las manos manchadas con algún tipo de pigmento, o con sangre de los animales cazados, creo que es el primer esbozo de la inspiración pictórica.
La sombra tiene un significado polivalente, y nos referimos a ella tanto para alabarla, como para identificarla con lo negativo. Así, hablamos de la bendición de sentarse a la sombra en el camino para descansar en un día caluroso; y también decimos que alguien está lleno de luces y sombras, para contrastar lo bueno con lo malo. Grandes escritores y poetas han llenado sus textos y versos de referencias a la sombra: desde Rosalía de Castro y su negra sombra que me asombras, hasta Calderón de la Barca identificando la vida con una ilusión, una sombra, una ficción; pasando por todos los que ustedes sean capaces de recordar haciendo de la sombra una inspiración. Para mí, el secreto de las sombras está en su misterio, y todo lo enigmático provoca en nosotros una atracción irresistible, una vez hemos superado el miedo infantil a la oscuridad. Quien más, quien menos, de pequeños pedíamos que dejaran alguna luz encendida mientras nos llegaba el sueño, porque sin ella lo oscuro se iba haciendo visible, y ya depende de la imaginación de cada cual, pero no era difícil acabar encogido entre las sábanas con más miedo que otra cosa. Los miedos infantiles no son ninguna tontería, porque los cerebros están aún en pañales, la capacidad de reflexión es casi nula, a lo que hay que añadir que los cuentos son fuentes inagotables de terrores nocturnos, porque todos sabemos la crueldad que encierran la práctica totalidad de los cuentos clásicos para niños, que nada tienen que envidiarles a los relatos de terror de Edgar Allan Poe y Gustavo Adolfo Bécquer, por poner un ejemplo de escritos de miedo para adultos. Me quedo con la sombra como fiel amiga nuestra, con el remanso de bienestar que nos procura en el sofoco, con el quedarse en la sombra para que alguien viva su momento sin ensombrecerle (que no me dirán que no es un interesante juego de palabras), con el vaivén de las sombras en las paredes cuando el viento mueve las plantas, con no llegar nunca a ser la sombra de lo que soy, y con no soportar jamás tanto sol como para descubrir la sombra de mi sombra.