Por Lola Fernández.
Tan tópicas como ciertas conductas supuestamente navideñas, las quejas sobre ellas; y no nos hemos recuperado de los atracones gastronómicos, comidas y bebidas excesivas hasta para el más pintado, cuando ya están aquí las rebajas, que nos prometen hasta marzo, olvidando que hace mucho que nos inundan con inventos para que todo el año estemos comprando. Descuentos, saldos, liquidaciones, y el año se ha transformado en un Black Friday perenne, con las diferentes ofertas y promociones, ofertas flash, ofertas relámpago y descuentos por todo y para todos: primera compra, compras frecuentes, cierre de temporada, nuevo producto, como incentivo por forma de pago, etcétera. Estaremos con pocos dineros, pero se nos ofrece todo un escaparate cósmico, por infinito, de mercancías, ya pasadas o novedades. Junto a las rebajas, las nuevas temporadas, y así se puede elegir comprar con reducciones o al alza, que hay mercado y demandantes para todo. Consumir reactiva la economía, es lo que se nos enseña al estudiar la materia, así que no puede ser malo, si acaso para los bolsillos particulares, pero sarna con gusto no pica, y solamente hay que ver la felicidad que transmite quien regresa cargado de bolsas de las recién estrenadas rebajas.
De todos modos, no son estos descuentos en las compras los peores que padecemos, y entiendan cómo uso el verbo padecer, que seguramente hay sufrimientos más cruentos que llenar los armarios, y la casa en general, de artículos que al salir a comprar no sabíamos que eran tan imprescindibles y absolutamente necesarios como los reconocemos al regresar al hogar. Y la verdad es que no creo para nada que seamos tan simples, es solo que nos adaptamos a la perfección a la tontería de cada día que el sistema social nos va demandando. Y si la capacidad de adaptación es inteligencia, al final resulta que hasta el más tonto es una lumbrera. Me preocupan, empero, mucho más las reducciones presupuestarias en temas esenciales, que implican incrementar cosas bastante menos necesarias. A ver, no voy a entender, aunque me lo expliquen, que hay que gastarse mucho más para matar, que para salvar vidas. Imposible que comprenda que hay que hacer desembolsos astronómicos para financiar guerras que ni son nuestras guerras ni es la manera de pararlas, mientras para sanidad y educación toca seguir con indecentes recortes. Después es muy fácil analizar las cifras de víctimas: las de la guerra, que diezma las poblaciones de un modo directamente proporcional a lo que se invierte en matarlas; y las de una deficiente sanidad pública, y las de una pobre educación, que se traducen en muertes evitables, e incultos que no se cuestionan nunca el sistema, porque son los que lo alimentan. En fin, que Dios nos coja confesados, como se suele decir, que estoy segura de que al menos nos pillará de rebajas. Como no puedo hacer mucho más que reflexionar sobre estas cuestiones, aprovecharé las avalanchas en los grandes almacenes para irme un ratito a la orilla del mar; sin duda es mucho mejor y satisfactorio, dónde va a parar.