Por Lola Fernández.
Ha amanecido un domingo con un sol radiante, y, aunque se necesite la lluvia, me dejo llevar por la alegría de un día precioso después de unos cuantos grises. Ya se va notando un poco de frío, incluso ya ha nevado en Sierra Nevada, y lo increíble es que aún se ven abejas y avispas, e insectos que a estas alturas de año no es muy frecuente verlos. Mientras me dispongo a escribir este artículo miro el móvil y veo unas cuantas notificaciones de mensajes recibidos, que de repente son los que me dan el tema de esta semana. Tenemos de todo, como en botica: WhatsApp, Outlook, Instagram, Facebook, Gmail, más todos los chats en las diferentes aplicaciones y redes; porque hasta si nos gusta jugar a Apalabrados, por poner un ejemplo, vamos, contamos con un chat para hablar de inmediato con cualquier persona aleatoriamente elegida si es que gustamos de jugar con extraños, que no es mi caso, pero que tampoco es nada raro o infrecuente. Sea con Messenger o con lo que queramos usar, tenemos de todo, para hablar individualmente o en grupo, que esa es otra. No nos faltará que de repente nos despierten al alba con un Buenos días desde un número de teléfono sin foto de perfil, al no ser un contacto telefónico nuestro, que más que alegría nos regala mal humor y la necesidad de ir a Ajustes y programar los WhatsApp de grupo para no recibir notificaciones. Bastante miramos ya el móvil, como para que encima nos llame la atención para miradas extras, por favor. Porque quien esté libre de culpa, que tire la primera piedra, pero a ver quién de ustedes no coge el móvil para mirar algo, y rápidamente se pierde en otros derroteros ante el aviso de notificaciones, de tal manera que cuando lleva un buen rato y deja el móvil, o el móvil lo deja a usted más bien, resulta que cae en la cuenta de que no ha visto lo que quería ver y le llevó a coger el dispositivo.
Así resulta que, por ver la hora, de buenas a primeras una se entera de los diferentes menús de Navidad del club al que pertenece, le asaltan diez memes que ya ha visto por aquí y por allá otras tantas veces, se encuentra ante sí con treinta frases que no le dicen más que las de los del sobre de azúcar en la cafetería, aparte de no ser nunca de quien dicen ser; nos topamos con una o dos encuestas pidiendo opinión sobre cosas que no nos suscitan la mínima opinión: está usted contenta del pedido, llegó bien, nos haría una referencia… Socorro, mon Dieu, Virgen del Amor Hermoso, qué he hecho yo para esto… Obviamente, después de tal panorama, no sabemos qué hora es, pero seguro que será tarde, porque se pierde demasiado tiempo con tanta tontería. En efecto, tenemos de todo, y es como si no tuviéramos nada; o peor, porque les aseguro que a veces es mucho mejor estar libre de tanta cosa que ni hemos pedido, porque no lo necesitábamos, y que, a la postre, se convierte en una necesidad creada no se sabe muy bien por qué, pero desde luego por nadie a quien le importemos lo más mínimo, como no sea para consumir y enriquecer entre todos sus arcas, que ya se sabe que nadie regala nada a cambio de nada. O sea, tendremos de todo, pero no lo cambio por el placer que sentía cuando llegaba el cartero y me decía Una carta… Eso sí que era algo esperado y deseado, una comunicación de verdad, que respondía a una carta mía previa, o que sería respondida por otra. Que me dejen de emoticonos, de gifts, de chats, de redes, de aplicaciones, de audios que jamás igualarán al placer de una llamada telefónica, de mensajes, de memes, de frases, de saludos de números que no sé ni de quién son, etcétera. Donde se pongan unos folios en blanco en los que escribir nuestros sentimientos y sensaciones más sinceros, un sobre con una dirección querida, y un sello para llevar una carta al buzón y echarla con la ilusión de una pronta respuesta, que se quiten todos los inventos de las nuevas tecnologías.