Por Lola Fernández.
Decía Audrey Hepburn que plantar un jardín es creer en el mañana, y no puedo estar más de acuerdo. Un jardín es una promesa de futuro, porque sembrar, plantar, podar, quitar las malas hierbas, regar, abonar, ir cuidando un jardín, o un parque, es contribuir a que la naturaleza pueda expresarse y regalarnos su belleza inigualable plena de colores, olores y texturas. Hemos tenido una primavera lluviosa, y aunque agua de lluvia no riega macetas, ha caído tanta agua que gracias a ella han sobrevivido las plantas abandonadas a su suerte, en aquellos lugares que nacieron para ser un remanso de paz, y se han convertido en espacios peligrosos e insalubres por la dejadez humana. Sé que a los responsables políticos les pierde el no contacto diario con la realidad de sus ciudades, el culto a los grandes proyectos, pero pobres de ellos si olvidan que es en las pequeñas cosas en donde reside la verdadera grandeza. Si yo fuera representante de la ciudadanía, me dejaría de tantas juntas a puerta cerrada con los responsables de las distintas áreas, y me iría a pasear por las calles y parques de mi ciudad, para ver si hay limpieza y esmero en el cuidado, para comprobar a pie de calle si los vecinos pueden ver incrementado o mermado su bienestar general, que ha de ser la única brújula y guía de la acción municipal, del trabajo de todo político que aspire a eso, al bienestar general, no a estar en las próximas listas electorales.
Tengo alguien muy querido de mi familia en la Residencia Municipal para Mayores, y he pasado mucho tiempo sin poder ir a verla, ya se sabe que en tiempos de pandemia no se puede hacer lo que se desea sin más. El caso es que finalmente he tenido la oportunidad de acudir junto a otros familiares, y he contado con la inmensa suerte de que se podía sacar con la silla que salvaba sus dificultades para andar, a pasear un rato con quien por desgracia ya no reconoce a su gente ni la realidad de la vida, pero a quienes el resto reconocemos y amamos, por lo que solamente deseamos lo mejor para ella. La pena ha sido querer dar un paseo por el parque que hay junto a la residencia, un lugar que, si estuviera cuidado, no digo bien cuidado, con cuidado me basta, sería un espacio maravilloso para proporcionar sombra y alegría a los sentidos, un terreno por el que tratar de olvidar las penas irremediables de la vida. Pero resulta que está absolutamente abandonado, lleno de malas hierbas con toda la fauna asociada que es propia de ellas; de seguir así, en nada podremos hablar de la salvaje selva regalada a los mayores, que lejos de disfrutar de las flores y el frescor del jardín, sólo tienen las promesas incumplidas de un vergel, sustituidas por la vergüenza y la rabia que nos provoca a residentes y familiares la rosaleda perdida. Invito a nuestro alcalde y sus concejales a bajar hasta el lugar, iniciando el paseo desde la rotonda que orgullosa luce el escudo del Ayuntamiento hasta el fondo, justo enfrente de la Residencia Municipal. Así podrán ver, desde fuera, claro, porque el parque es absolutamente intransitable, el regalo que nuestro Ayuntamiento ofrece a esos mayores que tanto dicen amar.