Por Lola Fernández
Somos así, y me parece que no tenemos remedio: nos gusta la contienda, competir, discutir, querer tener la razón y jugar con quien presuponemos que ganará. Si amamos la música, Bach o Vivaldi, los Beatles o los Rolling, rock o pop… Si nos gusta el futbol, un equipo u otro, merengues o culés o colchoneros o béticos… Y así siempre, y a todos los niveles: preferimos la disyuntiva a la unión, diferenciar a sumar; o lo que es lo mismo, nos gusta la gresca. No sé si será esencia de especie, educación social o una imitación secular, pero sabemos que ya desde los hijos de Adán y Eva hubo pelea, y además mortal: Caín mató a palos a su hermano Abel, según nos cuentan por envidia. Una vez más nos enfrentan dos personalidades, la buena y la mala, y esta, curiosamente, se alza ya con la victoria, aunque sea a base de quitarle la vida a alguien que no molesta y vive y deja vivir, provocando el rechazo más absoluto en el otro, que se toma la licencia de convertirse en rival, juez y ejecutor, ¡ahí es nada!
Somos así, no vamos a buscar lugares comunes ni a tender puentes, tampoco vamos a escuchar y a dialogar. Donde esté hablar y hablar y hablar, que se quite el conversar, dicho con algo de sarcasmo. Si el tema es la política, rojo comunista o fascista radical, cuando no populista, o corrupto o chaquetero. Si se pasa al tema de la religión, salvadores o demonios con sotana; si al de la historia, tantas corrientes y versiones como opinantes, y así sucesivamente con cualquier temática que deseemos imaginar. Somos mucho más de discordias que de concordias, de desencuentros que de aproximaciones; adoramos guardar una prudente distancia frente a lo ajeno, como si quisiéramos tener la suficiente perspectiva que nos permita llevar la contraria a la primera de cambio. No se ha acabado una exposición, cuando ya hay alguna interrupción. Antes de razonar, ya hace acto de presencia la irracionalidad de turno. Se empieza hablando con un buen tono y se concluye poco menos que vociferando, y a ver quién cambia el ritmo de los acontecimientos cuando se desbordan y son más potencialmente peligrosos que una bola de nieve cuesta abajo.
No sé si somos inhumanos por humanos o porque somos así, pero conjugamos la entrega más desinteresada por causas nobles de elevadas aspiraciones con el más egoísta interés de bajos vuelos. Que si alguno dice amar la noche, nosotros vamos a reivindicar el día; y si se llaman espirituales, nos nombraremos materialistas, y al revés, según quién hable el primero. Supongo, solo por suponer, pues si afirmo lo negarán antes o después, que es que nos va la marcha, y lo que ocurre al final es que nuestra verdadera opinión y los sentimientos más auténticos los solemos dejar guardados para una mejor ocasión, que seguro que también existe. Presupongo, ya saben, por no obtener un no antes de tiempo, que con el tiempo aprendemos acerca de la provisionalidad de las cosas y de los juicios, ideas y conceptos, y a la vez obtenemos el convencimiento de que no hay que estar convencidos de nada, porque todo es relativo, y no ya según el cristal por el que se mire, sino según quién tengamos enfrente, y si lo consideramos afín, dentro de lo que cabe de afinidad en la eterna rivalidad ontológica, o diferente. Que hace mucho el crear grupo, aunque no lo parezca; y estoy segura de que si Caín hubiera hecho migas con otros hermanos, nunca se hubiera cargado a Abel a base de golpes de quijada, porque hubiera contrarrestado los celos y la envidia haciéndose fuerte en un grupo y marginando al preferido. Pero eso es mera especulación, así que puede empezar el juego de negaciones, réplicas y contrarréplicas; será la mejor prueba de que esto no es un simple monólogo.