Por Lola Fernández.
Feliz, feliz, lo que se dice feliz, es difícil serlo, por no decir imposible; pero cada quien sabe lo que es sentirse bien, muy bien, tan bien que es algo muy parecido a lo que entendemos por felicidad. A ver, hoy, por ejemplo, que es el día de la madre, no será fácil rebosar bienestar si nos falta la nuestra y no podemos llamarla temprano para felicitarla y reír un rato con ella, eso es así. Son los llamados límites de la felicidad, que, aunque son más imaginarios que reales, suponen un freno absolutamente efectivo. Pero respecto a las limitaciones, lo primero que deberíamos es diferenciar las externas y ajenas de las interiores y, por ello, personales. No tendríamos que permitir que nada que nos sea ajeno logre entrar en nuestra realidad íntima para descolocarnos y proporcionarnos infelicidad. Si nos quita alegría y tranquilidad, no es bueno para nosotros; y antes de que sea tarde, deberíamos ser capaces de desecharlo. Pero, ay, nos rodean tantas cosas y tantas gentes que no aportan nada como no sea negativo…; y, sin embargo, ahí se quedan, oscureciendo la luz, como sombra en el frío, que ya es mala sombra.
Es el primer día de mayo, el mes de las flores, que ya es un modo precioso de ser llamado, y empecé el día paseando y sintiéndome bien rodeada de verdes campos llenos de los colores de las flores. Un lujo para iniciar el día y el mes, con la alegría de una temperatura primaveral espectacular, la misma que da gozo a las aves y llena el paseo de cantos y piares de pájaros tan felices como yo. Ahí en ese punto en que las únicas fronteras posibles son las internas, y no las queremos cerradas y opresivas. En ese estado en que no hay puertas, ni verjas, ni cancelas; tan sólo ventanas abiertas y aire puro y renovado. Hay en una planta silvestre tanto placer encerrado como pueda esconderse en un libro, y sencillamente está a la espera de que nosotros lo disfrutemos. Quién no ha experimentado nunca la magia de soplar una bola de semillas del diente de león, pensando previamente un deseo y con la ilusión de que al dispersarse se cumplirán nuestros sueños. No, no es difícil ser feliz, y feliz de verdad, cuando andamos por nuestros caminos, sin prisas, caprichosamente si así lo queremos, sin que nada ni nadie enturbie nuestros pasos y nos amargue los momentos de dicha. Los ambientes han de mantenerse limpios y plenos de frescura, nada de enrarecidos, porque no hay necesidad de penas añadidas evitables y estériles. La vida es mucha vida para dar cabida a tanta tontería, así que olvidemos fronteras y lindes, límites y confines, siempre que nos sean impuestos sin motivo ni razón alguna de ser. Se está mucho mejor con la paz y la calma que produce sentirse bien con una misma, y nada ni nadie merece el esfuerzo de dar sin recibir, o de entregarse y recoger insatisfacciones y disgustos. Al final, son tan pocos los días que tenemos en realidad para vivirlos plenamente, que la única limitación aceptable ha de ser personal e intransferible, y lo único que hemos de acoger es lo que no nos impida ser mejores personas y nos proporcione bienestar.