Por Lola Fernández.
Si algo bonito tiene madrugar, eso es poder disfrutar del amanecer, cada día único y diferente. Pocas cosas tan bellas y tan al alcance de la mano, o más bien al alcance de los ojos y del corazón. Ver amanecer es renovador e inspirador: contemplar esos minutos en los que la noche se va desintegrando, como se esfuma la niebla conforme el sol aparece, cuando el cielo se va abriendo, a la vez que va creando caminos de luz y de colores. Todo un espectáculo cambiante, rápido, de estímulos fugaces y sensaciones permanentes. Los paisajes celestes, del cielo, se quedan en la retina, como una música envolvente y quieta. Sólo has de estar despierta y atender a lo que sucede cuando la noche se empieza a ir, y el día se apresta a ser un lienzo en blanco para nuestras vivencias. La vida es un regalo que a veces nos pasa incluso desapercibido, especialmente cuando la noche se instala en nuestro espíritu y no amanece.
Porque la noche no es solamente el espacio entre el atardecer y el alba, cuando pasamos más tiempo dormidos que despiertos. La noche es todo tipo de oscuridad que no nos permite ver claramente y se instala sin permiso en nuestros días. Hay noche cuando más que vivir nos lamemos las heridas por cualquier cosa que nos deje casi muertos en vida, ya sea una traición, un desamor, una ferviente expectativa incumplida, el dolor de nuestros seres queridos, la muerte que te avisa de que te vas a ir algún día. Hay noche cuando perdemos el control y no somos capaces de dominar nuestras conductas, cuando pasamos interminables periodos a la espera de algo que solo mucho después sabremos entender que no llegará nunca, cuando más que vivir vegetamos y no nos importa nada, ni siquiera un amanecer. De noche no se ve, a no ser que nosotros mismos pongamos remedio a tal ceguera.
Amanece cuando dejamos de tener un paralizante miedo a algo como una pandemia, a una enfermedad que tememos mortal, a una soledad que nos cala los huesos y ante la que, más que abrigo que nos consuele, nos envolvemos con una coraza que nos pesa y nos asfixia con su oprimente rigidez. Amanece cuando después de sentirnos perdidos, sin siquiera saberlo, de repente vemos como una luz a lo lejos, y nos reconocemos dentro de un pozo, o de un túnel, o de cualquier atmósfera que no nos permite ser nosotros mismos; y solo entonces somos capaces de salir. De la noche se sale a través del amanecer, y es un camino que se recorre a solas. Generalmente son las personas quienes te empujan a la oscuridad, consciente o inconscientemente, pero solamente nosotros podemos recorrer el camino que nos saca de lo oscuro y nos permite ver la luz. De la noche se sale con ganas de mantenerse despierto y estar preparado para ver que se hace de día, para ver cómo amanece.