Por Lola Fernández.
Definitivamente, la humanidad no aprende. No hemos salido aún de la pandemia de la covid-19, y un loco mesiánico se cree Dios y decide sobre la vida y muerte de los demás, iniciando en Rusia una guerra que, a la maldad de toda realidad bélica, se le une la cercanía, Europa, y el comodín de la llave nuclear, que en manos de un demente que no atiende a razones, ya me dirán… Miedo me da, y una tristeza infinita pensando en la población de Ucrania, desconcertados y atacados por tierra, mar y aire, simplemente porque se le ha puesto en las narices a un ser mediocre e imperialista, que juega a convertirse en un nuevo Hitler y no duda en asesinar civiles inocentes, y a militares igualmente inocentes, que en esta ocasión no hay por dónde diferenciar. Veo las fotografías de los edificios bombardeados, de las estructuras ardiendo, de la gente refugiándose en los metros, y de los niños muertos de miedo, y no puedo sino rebelarme por dentro y sentir odio hacia quien no se merece el poder, porque el poder vuelve locos a los cuerdos si no saben gestionarlo, pero a los locos los vuelve mucho más locos. Por qué puede ocurrir que un único mamarracho tenga asustado al mundo; es algo que no me cabe en la mente, y, desde luego, en estas cosas es mucho mejor prevenir que curar. A Hitler lo seguía un pueblo, desconociendo qué haría. A Putin no lo sigue un pueblo que no tiene ganas de guerras, que ya han vivido bastantes, pero a él le da exactamente igual. Como igual le dan las represalias europeas contra Rusia, que a la postre no le harán más daño que a la misma Europa y su economía; claro que se pueden hacer cosas más importantes que vetar la participación rusa en Eurovisión. Dentro de la gravedad del asunto, una tontería que debiera darse sin nombrarse siquiera. Mucho más importante el paso del colectivo Anonymus, que ha declarado la ciberguerra al presidente de Rusia, Vladimir Putin, ante la invasión de Ucrania, tras lo cual la infraestructura gubernamental de semejante criminal ya ha empezado a sufrir ataques sin precedentes en sus webs, algo mucho más serio.
Cuando yo era una niña, después de saber lo que era una guerra, me daba mucho miedo; muchísimo más que el mentado coco… Que viene el coco, nos decían, y a mí me importaba menos que si me hablaban de algo o alguien en lo que no creía. Pero la sola mención de la guerra me aterraba, tanto como la de la muerte. De ambas supe por mi abuela, que me enseñó a la vez a diferenciar entre lo evitable de la primera, frente a la inevitabilidad de la segunda. Pero lo peor es que no hay guerra sin muerte, con lo que el consuelo de que la guerra se puede evitar, se esfuma ante la implacable certeza de sus muertos. Malditos personajes que ensucian la grandeza del ser humano, y juegan peligrosamente a sentirse dioses de un imaginario Olimpo. Ojalá esta guerra se acabe pronto, sin cobrarse más muertos que los que ya ha provocado, sin hundir más económicamente a una Comunidad Europea que cada vez deja más en evidencia que no cumple los objetivos para los que fue creada, sin arruinar todavía más a un mundo que para nada ha salido de una pandemia a nivel global. Qué pena que la alternancia informativa al covid, que ya cansa hasta el agotamiento, sea la del auge del fascismo, y la de una guerra que puede fácilmente convertirse en la Tercera Guerra Mundial, a poco que un loco, con poder para destruir con un clic el planeta, se lo proponga. Creo que permitir que eso pueda ocurrir es igualmente locura, y de ella son culpables las llamadas potencias mundiales. A nosotros, pobres hombres y mujeres de a pie, no nos queda más prerrogativa que elevar nuestras voces y gritar un unánime ¡No a la guerra!