El sol no brilla para algunos árboles y flores, sino para la alegría de todo el mundo.
Henry Ward
Que nos quejamos siempre, fijo: en verano, del calor; en invierno, del frío; si llueve, porque llueve; y si no llueve, porque no. Somos así, aunque unos más que otros, pero lo que es quejarnos, nos solemos quejar casi permanentemente. A mí, lo que menos me gusta es que no haga sol; esos días feos en que el cielo es gris o blanco sucio, sin resquicios por los que se cuele ni un rayo luminoso. Me gustan los días largos, porque el atardecer se demora, y no puedo ni pensar en vivir en un país nórdico con la mitad del año en la oscuridad. Amo el sol, y cuando lo veo aparecer me siento viva. Y pienso que estos dos años de pandemia son algo así como un tiempo sin sol. Pero no quiero hablar de pandemia, que bastante tenemos con padecerla, así que prefiero, si no hay sol, inventármelo. Y si esta gigante estrella es fuente de luz y calor, y nos regala la vida, no hay que desanimarse si las nubes la esconden.
Echo de menos viajar, lejos o cerca, por España o por otros países, pocos o muchos días: viajar. Despreocupadamente, sin más requisito que tener una reserva y escoger la maleta y el tipo de ropa. Porque ya antes de la pandemia dejamos de poder ir a ciertos lugares, por miedo al terrorismo yihadista; así que es una añoranza incrementada, acumulada, desesperada ya a veces. Porque viajar no es solamente trasladarse de lugar: es aprender cosas nuevas y desconocidas; comer y beber diferentemente; visitar museos y monumentos que te hacen tocar el cielo; es mezclarse y adaptarse; ser diferente y estar receptiva para conocimientos y hechos que pasan a formar parte de ti para siempre; es crecer y vivir expansivamente, haciendo que la vida no sea sólo un camino hacia adelante, sino también a lo ancho.
Porque vivir no puede ser un simple amanecer y anochecer, y hacer siempre lo mismo, o casi. Vivimos los tiempos que nos han tocado, y ciertamente otros fueron muchos peores, así que no olvido lo de ser positiva; pero es que llega un momento en que hay días más difíciles. Sobre todo si no hace sol, como hoy mientras escribo esto; aunque he de decir que hace viento, que va llevándose las nubes de aquí para allá, y de vez en cuando se abre la luz y lo ilumina todo, empezando por mi corazón. Siempre recuerdo cuando de pequeña me enseñaban que la alegría ha de ser interior e independiente de lo ajeno y de lo externo; pero es que yo siempre he sido muy mala aprendiz de las buenas teorías… Ojalá supiera seguir las filosofías y los consejos de autoayuda, pero no; va a ser que no: porque yo, sencillamente, necesito que brille el sol.