Por Lola Fernández
Cuando allá por marzo del año 2013, con la fumata blanca que salía de la Capilla Sixtina, el Vaticano anunciaba que teníamos nuevo Papa, después de la renuncia del anterior, algo que no pasaba desde hace seis siglos, me bastó ver su primera aparición y escuchar sus primeras palabras, asomado al balcón central de la basílica de San Pedro en la Ciudad del Vaticano, para saber que era diferente. Me gustó que se saltara el protocolo, porque es algo que siempre me ha parecido señal de flexibilidad y de mentalidad poco cuadriculada, cuando hizo caso omiso al cardenal que lo anunciaba al mundo, y poco después decía que ya era hora de retirarse, ante lo que el nuevo Pontífice dijo que quería seguir hablando un poco más. De aquella fórmula secular de Annuntio Vobis Gaudium Magnum Habemus Papam (Les anuncio con gran alegría: ¡Tenemos Papa!), me parece que a muchos altos clérigos católicos y miembros religiosos habitantes del Vaticano se les cayó pronto lo de la gran alegría. El mismo hecho de que el nuevo papa no viva en el Palacio Apostólico, sino en la adyacente Casa de Santa Marta, dejando el palacio para audiencias y el rezo del Ángelus, ya dice mucho de sus nuevas maneras; e igual su nombre, Francisco, sin más. No son pequeñeces sin importancia, sino pequeñas cosas que hacen grande a su persona. Eso, unido a todo lo demás que, a lo largo de 8 años ya, ha ido dando cuenta de su gran valía personal y religiosa.
No debería de extrañarme, lo sé, sin embargo, me desconcierta profundamente que la derecha mediática y política, amén de una gran mayoría de los que se llaman creyentes, no duden en insultar a la cabeza de la Iglesia Católica, Supremo Pontífice de la Iglesia Universal y Jefe Espiritual para los católicos. Sin olvidar que desde el siglo XV es ortodoxia para la Iglesia, que el Papa es el representante de Jesucristo en la Tierra: Vicarius Christi, que no es otra cosa que estar aquí en lugar de Cristo. Así que cada vez que se le insulta, ningunea, desprecia, o se burlan de él de tantos modos y maneras que hasta a una no creyente se le cae la cara de vergüenza, se está atacando a Jesús, que no es sino el hijo de Dios. Desconcierto es poco; es algo que nunca puedo entender, aunque lo intente, porque el Papa Francisco ha dado muestras una y otra vez de seguir la doctrina cristiana y aplicar las palabras que Jesucristo enseñó a todos sus discípulos, y mandó divulgar por toda la Tierra. La doctrina por la que fue crucificado; y no es de recibo que ahora se crucifique, simbólicamente por fortuna, a quien le representa. Es un rechazo general, que no se duda en expresar y publicitar con todos los medios a su servicio; porque no, no es algo del sector más conservador, va mucho más allá. Y este jesuita argentino, Bergoglio, no hace sino defender los derechos de los pobres y los más necesitados, pedir clemencia para con los migrantes y denunciar el trato de tantos de ellos en guetos que son una vergüenza para la humanidad en su conjunto. Es un papa que ha tenido la decencia de reconocer los pecados cometidos al amparo y al abrigo de la Iglesia, y pedir perdón por ellos y exigir que se acabe de una vez con tanta ignominia perpetrada contra los más débiles. ¿Y por ello se le odia?, ¿por ello se le acusa de comunista, como si ser comunista fuera un pecado y no una opción política democrática? Este mundo no anda bien, está muy perdido si acusan de descarriado a un buen hombre y a un buen pontífice, demostrando que quienes han perdido la razón y han olvidado el significado de la justicia natural son quienes tienen la desvergüenza de llamarse creyentes, católicos y apostólicos, y demostrar con su actitud y sus ataques ser dignos de que Jesucristo coja de nuevo un látigo y los expulse de los templos y de su Iglesia.