Por Lola Fernández.
Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro.
Plauto
Mira que el Universo es grande, que se nos escapan las magnitudes del Cosmos, que sólo en una galaxia hay centenas de miles de millones de estrellas, que en nuestra Vía Láctea se estima que pueda haber miles de millones de sistemas solares…; y que la Tierra es uno más de los planetas que giran alrededor de una misma estrella, en este caso llamada Sol, en el sistema planetario de nuestro sistema solar. Son conceptos que difícilmente caben en nuestro razonamiento, porque es difícil siquiera imaginarlos. Y lo más asombroso es que entre tanta y tanta y tanta inmensidad, no hemos sido capaces de hallar, al menos con nuestros medios, señales de vida humana más que en nuestro planeta azul, tan insignificante él. Es un milagro, un prodigio, algo inexplicable, un misterio, pura fascinación, llamémoslo como queramos, pero parece increíble que estemos solos en algo tan casi infinito. Y somos muchos, sí, los habitantes terrícolas: más de siete mil quinientos en este mundo nuestro; con estimaciones de un crecimiento muy significativo, pues nos dicen los que saben de ello, que en el 2100 podemos doblar la población mundial actual. Así que ni enfermedades incurables, ni devastadoras pandemias, ni cruentas guerras interminables parecen poner en peligro nuestra supervivencia como especie. Otra cosa es cómo estamos tratando a la Tierra, y cómo influimos hasta en algo tan importante como es el clima; porque igual puede ocurrir que subsistamos, sí, pero sin tener dónde vivir; aunque ese es otro tema diferente al que hoy quiero tratar.
Ocurre que este planeta llamado Tierra surgió y se formó con una serie de características físicas que hacen que algunos lugares sean más inhóspitos que otros para vivir, por la temperatura mismamente; y con continentes e islas, que comparten extensión con el agua, dulce o salada, de lagos, ríos, mares y océanos. Y con estas condiciones nos repartimos por aquí y por allá los seres humanos. Pero lo que no nació con el mundo son las fronteras, las patrias, las banderas; y por desgracia, todas ellas son inventos humanos para mantenernos enfrentados. Porque es razonable y lógico que, ante la corriente de un río, por poner un ejemplo de frontera natural, los humanos idearan un puente para salvar tal depresión física y comunicar ambas orillas; es lo que corresponde si pensamos que somos una misma especie animal en un mismo medio. Lo ilógico es que entre dos territorios se trace una línea imaginaria que delimite, y separe, dos culturas, dos regiones, dos naciones, dos lo queramos llamar como lo queramos llamar. Cierto que han de existir límites, que la soberanía ha de delimitarse, que el mundo nada tiene que ver con un supuesto primigenio paraíso terrenal. Pero hablo de fronteras, de patrias, de banderas, de ideologías, de religiones, de lenguas, etc., que, en lugar de hermanarnos, nos convierten en enemigos unos de otros. Lo que sirve para ordenar y organizar administrativamente, abre generalmente insalvables brechas en nuestra humanidad, esa que se define como capacidad para sentir afecto, comprensión o solidaridad hacia las demás personas. No me da la gana de ver al otro como enemigo, me niego a sentir que somos adversarios en guerras que yo no inventé, ni quiero alimentar. Hay demasiados enemigos comunes y ajenos, como para que el hombre sea, como dijera Plauto, el lobo del hombre.