Por Lola Fernández.
Sevilla no tiene mar, pero tiene río, y desde hace siglos se ha servido de él para llegar hasta el océano, y sentirse marinera sin serlo. Para mí, Sevilla tiene música, y cuando recorro sus calles, o sus plazuelas, o cualquiera de sus rincones, siempre lo hago cantando, y no cualquier melodía, sino con letras específicas para los lugares en los que me encuentre. Desde el Sevilla tuvo que ser con su lunita de plata, si estoy en el Barrio de Santa Cruz, hasta el Voy soñando con tus besos por el Callejón del Agua, sin salirme de él; y ay si repican las campanas, porque entonces sigo con lo de No despertadme del sueño, campanas de la Giralda. Si me acerco hasta las orillas del Guadalquivir, me escucho cantar aquello de Sevilla, tú no hagas caso de las caricias del río, que el río es galán de paso… Y si me muevo por las calles de Triana, lo hago cantando Me tengo que decidir entre Sevilla y Triana, y yo no sé cómo elegir… y así me mueva por donde me mueva, porque dudo que haya una ciudad más cantada que Sevilla. Eso sin meterme en las letras de las sevillanas, que aparte de baile, son unos maravillosos cantos que sirven para expresar el amor a una ciudad, o, si son las sevillanas rocieras, a una fiesta como es la romería almonteña. Porque Sevilla es ella más Sanlúcar de Barrameda, con permiso de los gaditanos; y más la aldea del Rocío, con permiso de los onubenses. Y ni Cádiz ni Huelva se oponen a ello, porque es amor más que invasión, enamoramiento más que intromisión. Y eso hay que vivirlo para entenderlo. Sevilla es tan bonita, que no se puede una callar ante semejante belleza; la misma que te embarga cuando vas paseando entre tantos monumentos maravillosos, tantos parques fascinantes, tantas plazas que te dejan sin habla. Ciudad de puentes, de arboledas y flores, de luz reflejada en el albero de sus paseos y jardines; Sevilla es una de las ciudades más hermosas del planeta; y, si recordamos la película My Fair Lady, con la encantadora Audrey Hepburn, de ella procede, adaptado al español, lo de la lluvia en Sevilla es una maravilla. No tiene nada de extraño que los sevillanos adoren su capital, como tampoco lo tiene que exista también cierto rechazo por los no sevillanos ante la decisión política de convertirla en la capital de todos. Pero eso es materia política, y no quiero que se mezcle aquí y ahora.
Si Sevilla tiene un clima caluroso, para qué hablar de Écija, conocida como la sartén de Andalucía, porque te sientes derretir si vas allí en verano. Mucho menos bochorno hace en Estepa, el balcón de Andalucía, pues desde allí se pueden divisar Málaga, Córdoba, Sevilla, y las alturas de Sierra Nevada; claro que es casi más conocida por su industria de dulces navideños: quién no ha comido en estas fiestas sus polvorones y mantecados, sus mazapanes y tantos y tantos dulces sabrosos, que son, junto al aceite estepeño, la base de su economía. Recomiendo recorrer sus calles en los meses previos a la temporada de la Navidad, si cierran sus ojos se creerán en alguna ciudad marroquí, por un decir, tal es la explosión de aromas a especias. Y no muy lejos, Osuna, ciudad señorial donde las haya; tanto que su calle más céntrica, San Pedro, está declarada como lugar que concentra más palacios por metro cuadrado en todo el mundo; si la misma Unesco la considera la segunda calle más hermosa de Europa, cómo van a considerarla los sevillanos… Es Sevilla una provincia llena de contrastes y con localidades preciosas; aunque me voy a quedar con sus artistas mundialmente famosos. Porque no puedo dejar de citar a pintores como Velázquez o Murillo; poetas como Antonio Machado o Gustavo Adolfo Bécquer; músicos como Joaquín Turina, o León y Quiroga; flamencos como la Niña de los Peines, o Antonio Mairena; etc. Y me van a perdonar por todos los que me dejé, que son muchos; pero no me olvidaré de Triana y de Lole y Manuel, cuyas músicas son la banda sonora de muchos años de mi vida, y cuyas letras son algunas de las que me acompañan cuando tengo la suerte de estar en Sevilla, y olé, mi arma.