Por Lola Fernández.
De entre todas las provincias andaluzas, Cádiz me parece la más alegre y jaranera. Entre fiestas, ferias, romerías, carnavales; celebraciones con motivos mil: sea el vino, los toros, los caballos, la democracia, la primavera, el invierno, la independencia, las cruces, el olivo, las hogueras, la sal, el mar, el flamenco, el verano, los moros y cristianos, la almadraba, el otoño, la vendimia, el aceite, las tapas, las zambombas, los belenes vivientes, la Semana Santa, la hípica, más los patrones y vírgenes más señalados, no es difícil colegir que Cádiz es una amante de festejar. Lo que sea, pero en clave de diversión y bullicio. Creo que incluso en la tristeza, los gaditanos te hacen una fiesta y acabas tocando las palmas y bailando sin recordar pena ninguna. Cádiz, la más antigua ciudad de la Europa occidental, la que enamoró con su privilegiado enclave, abrazada por el Atlántico y el Mediterráneo, a fenicios, romanos, visigodos, árabes y cristianos; y de todas las culturas se quedó con algo. Cádiz, que lo mismo te evoca la magia de Venecia que el son de Cuba; la tacita de plata, con su red subterránea de túneles construidos por los romanos; y sus murallas, garitas, cañones y fosos, que nos hablan de la necesidad de defenderse de los ataques sufridos a lo largo de su historia, como por ejemplo, los de las tropas napoleónicas… Piedra y coplas contra el enemigo: Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones… Imposible describir la gracia gaditana, si no tuviste la suerte de disfrutarla, quillo, quilla!
Cádiz, la de los pueblos encalados que reflejan toda la luz, absolutamente recomendable la ruta de los pueblos blancos; la de las sierras enamoradas de la lluvia, donde sobrevive, majestuoso y milenario, el pinsapo, un abeto prehistórico que lucha contra su extinción. La marinera, pues con sus 250 km. de costa, el mar es una constante que ofrece su azul, su verde, todos sus matices y olores, amén de sus sabores, a sus gentes. Imposible no caer enamorada de estas tierras y todo lo suyo. Ese marisco, ese pescaíto frito en cartuchos, la manzanilla de Sanlúcar de Barrameda, los vinos de Jerez, el río Guadalete descendiendo desde la Sierra de Grazalema, donde más llueve al año en España, para morir en el Puerto de Santa María, en la bellísima Bahía de Cádiz. Siempre digo que el triángulo más mágico no es el de las Bermudas, sino el que conforman Sanlúcar, Jerez y el Puerto, la ciudad de los 100 palacios: entre sus parámetros físicos y sociales, se puede comprender perfecta y profundamente la esencia del alma andaluza, que por supuesto existe, y late en cada uno de los casi ocho millones y medio de andaluces.
Cádiz, la de los vientos y los deportes asociados a ellos y el mar; la de los atunes y la almadraba; la de las vistas de África, a sólo un puñado de Km., con el Estrecho de Gibraltar fundiendo océano y mar; la de carreras de caballos a la orilla del mar, frente al Coto de Doñana, casi ná; la del patrimonio histórico rico y variado como pocos; la de playas maravillosas que atraen a un turismo fiel y enamorado; con esa gastronomía, que si es para resaltar en toda Andalucía, aquí ya es para hablar de delicadezas y manjares dignos de los dioses más exigentes. No cabe en un artículo la fascinante realidad de una provincia, pero sí la invitación a visitarla, admirarla, saborearla y disfrutarla despacito; y hacerlo, además, desde la certeza de que quien a ella se acerque por primera vez, jamás se habrá de sentir defraudado; y de que, si ya la conoce, no dejará pasar la oportunidad de volver a verla. Hay cosas tan bonitas que nunca cansan, y Cádiz y toda su provincia es una de ellas.