Por Lola Fernández Burgos.
Ni llevo la cuenta del tiempo que llevamos de confinamiento, ni del que nos queda por delante. Lo cierto es que yo soy una persona muy de mi casa, de salir poco, como no sea a caminar, o a desconectar el fin de semana; pero casera al fin. Y sin embargo, eso de tener que quedarme encerrada sí o sí, pues es realmente difícil, para qué engañarnos. Pero lo cumplo a rajatabla, y cuando salgo lo hago pertrechada de mascarilla, guantes y todo el miedo del mundo. Porque no me tengo por cobarde, mas suelo mirar a los ojos al enemigo, siempre que no sea un traidor que vaya por la espalda. Pero, ay, este virus tan letal e invisible es otra cosa: me asusta por mí, y por la gente que quiero, especialmente la familia. Seguro que nada que no le ocurra a todo el mundo, que yo suelo decir que soy bastante masa y poco singular en el sentir general. Y en este encierro obligado voy oscilando entre querer saber todo de lo que ocurre ahí afuera, y entre pasar de todo y vivir en la ignorancia más absoluta, salvo lo básico, no vaya a ser que esta situación pase y yo siga confinada ad eternum… Lo que más me sorprende es saber que hay gente, o gentuza, que ignora las prohibiciones y sale tranquilamente una, dos, tres y las veces que les apetezca. Y lo que más me aterra es ver que la estadística es implacable y funesta, ante un panorama desolador de carencias sanitarias lógicas tras una década de recortes. Si sólo se aprende la lección y cuando esto acabe se deja de desfavorecer lo que es bueno para todos, en beneficio de lo que les sirve a unos pocos… Pero a estas alturas desconfío de que se llegue a aplicar la inteligencia que eso presupone. La avaricia no sólo rompe el saco, sino que es propia de mentes miserables que sólo piensan en ellas mismas. Y para tener como guía el bienestar general, hay que tener generosidad y pensar en los demás.
Después está ver lo que ocurre en este país, frente al resto. En los otros parece que el enemigo común es este coronavirus, y contra él se aúnan esfuerzos y medios. Aquí el enemigo desde el principio parece que ha sido el Gobierno, con una utilización partidista del tema, que ya no sólo asusta, sino que directamente asquea. Eso sin contar a los idiotas dirigentes de algunas autonomías que se han convertido en los sabios que podrían haber evitado hasta una sola víctima, si se les hubiera hecho caso… Claro que allí donde han hecho lo que querían, hay más víctimas en términos relativos que en ningún otro lugar. Me apena y repugna que se haga política con los muertos, y en esta crisis del coronavirus hay demasiados cuervos. Así es mucho más difícil, teniendo en cuenta que ya es insoportablemente complicado. Desde el principio he tenido claro que ahora tocaba dar la talla, a todos, y lo que veo es que hay quien no la daría ni con las escaleras más altas. Así que a seguir confinados y con paciencia; además de con la decente responsabilidad de no saltarse las consignas de las autoridades, que no son caprichosas. Y si fuera posible, un poco de unión y a demostrar que no se trata de este o aquel territorio, y de este o aquel listillo de turno. Aunque me parece que eso es ya mucho pedir, tanto como esperar peras del olmo, o lealtad de los traidores, y de sus séquitos. Porque en estos días de cuervos y seres menguantes, precisamente cuando hay que crecerse, no sólo encontramos determinados gobernantes que tocan la flauta sintiéndose líderes, sino toda una legión de ratas que les siguen bailando al compás. En fin, la historia los pondrá en su lugar, y respecto a Hamelín ya sabemos el mal final que tuvieron.