Por Juan Antonio Díaz Sánchez, Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino
“Retirarse una vez realizada la obra es el Camino del Cielo.” Lao-Tzu, Tao Tê Ching
Hace varios años, durante una de mis visitas al Palacio Real de Oriente, joya del neoclasicismo español, que fuera residencia de la dinastía Borbón durante los siglos XVIII al XX, sita en la Villa y Corte de Madrid, pude quedar deslumbrado con tal derroche de suntuosidad y ostentosidad. Se ubican, junto al palacio, los jardines de Sabatini, un precioso ejemplo de diseño exterior, que proporcionaban oxigeno al mismo y, a su vez, pretendían competir con los del Versalles francés. En el interior de la que fuera residencia palaciega existe un gran número de salas y salones, que hacen de este complejo palatino, uno de los monumentos más impresionantes de nuestro vasto Patrimonio Nacional.
Pues bien, como decía, recuerdo todas y cada una de las visitas que he realizado a dicho sitio. Comenzando por la armería real, el patio de armas, los interminables pasillos ornamentados mediante decenas y decenas de lienzos y tapices con los más bellos elementos decorativos: retratos regios y cortesanos, escenas costumbristas, escenas de caza, bodegones… En definitiva, un derroche de belleza, que alcanza su cénit –para mi gusto−, en el llamado Salón Gasparini, donde el barroco rococó, haciendo uso de la decoración en porcelana “chinois”, pareciera que nos hiciese viajar en el tiempo, transportándonos de esa forma, a la antigua China Oriental de los emperadores y de los guerreros de Xian.
No obstante, no preciso viajar hasta Madrid para poder admirar un elemento decorativo de porcelana “chinois”. Sin ir más lejos, en mi biblioteca particular sita en mi residencia canilera, tengo un jarrón chino que me regaló una tía abuela mía. Y he de confesar que lo detesto. Me considero una persona, que posee una cierta sensibilidad artística, y ese tipo de figuras decorativas están muy bien y me gusta admirarlas en el interior de una sala como la que he descrito antes, es decir, en su contexto histórico y artístico como elemento decorativo, que proporciona un cierto aire orientalizante a dicho Palacio Real de Oriente; pero no para mi casa.
Se trata de un jarrón decorado con escenas costumbristas del lejano oriente antiguo, excesivamente cargado, recargado y, si me permiten, sobrecargado. De la misma forma, este jarrón es muy frágil, si cayera al suelo o sufriera el más mínimo golpe se rompería en mil pedazos formando un enorme estruendo. Por esta razón, lo tengo colocado en el lugar más apartado de mi biblioteca particular. Si lo conservo todavía es porque es un recuerdo familiar de mis antepasados pero no porque sea un objeto agradable a la vista. Para mí, no tiene valor alguno más que el de estorbar, hacer bulto y ocupar el lugar donde podría ubicar algún otro elemento decorativo, que fuera más de mi agrado, por ejemplo, la muñeca de porcelana de mi madre, símbolo de la infancia vivida por la mujer más importante de mi vida. Por consiguiente, he tomado la decisión de guardar dicho jarrón chino en una caja de aglomerado y colocarlo en el lugar más recóndito del interior de mi casa, es decir, donde menos sea visible porque, honestamente lo digo, es ofensivo a la vista y a mi sensibilidad artística. Al fin y al cabo, mi jarrón chino no sirve más que para estorbar, entorpecer mis tareas de limpieza y retrasarlas porque siempre que paso el plumero, he de hacerlo con sumo cuidado, puesto que como dicho elemento caiga al suelo se haría añicos y el escándalo que armaría se percibiría hasta en los cármenes de Granada.
Como es sabido por todos los amables lectores, que tienen la bondad de leer periódicamente los artículos publicados por este humilde plumilla, recientemente, he realizado ante notario, a modo de legado póstumo, la donación de mi biblioteca particular a los fondos de la colegial, albergada ésta en el interior de los muros de mi querido Colegio Mayor Universitario Santa Cruz la Real de Granada (O.P.). Por favor, que mis muy amados frailes dominicos y el señor director del Colegio Mayor, mi apreciadísimo amigo, Juan García Montero, no me lo tengan en cuenta; pero prefiero que este trasto inútil como es mi jarrón chino, que no sirve absolutamente para nada salvo para ocupar sitio y estorbar, no sea incluido en dicha donación.
Por consiguiente, cada día que pasa lo tengo más claro, su sitio no ha de ser “el templo de las ideas”, como puede ser una biblioteca, sino la escombrera municipal. A mi querido Colegio Mayor, cuán “templo de la sabiduría” que es como parte del “templo de la inteligencia” al que está adscrito, la Universidad de Granada, quiero regalarle, además de mi bien material más preciado, que son mis libros; la muñeca de porcelana de mi madre puesto que, al menos, es algo agradable a la vista, no hiere la sensibilidad de nadie y, ni mucho menos, ofende a la inteligencia de aquellas personas que la contemplan. Para terminar, quiero hacer mías las palabras del sabio filósofo chino Lao-Tzu: “…quien se enorgullece de sus riquezas y honores se atrae la desgracia”, pues como no me siento para nada orgulloso de ese tiesto inútil de mi propiedad, que es el dichoso jarrón chino, prefiero deshacerme del mismo y así no convertirme en un desgraciado.