Por Lola Fernández Burgos.
Como si de una pesadilla se tratara, ya tenemos aquí al coronavirus, no como protagonista de noticias ajenas a nuestras personas, sino como amenaza grave y real para nuestras vidas y la de nuestros seres más queridos, y para todos en general. No sé si algunos aún no son conscientes, pero eso de expandir por doquier el virus, y es lo que se hace si uno se mueve libremente contra las prohibiciones, es poner en peligro la vida de uno y de todos. Escuchaba el otro día en la radio a alguien decir que a nuestros abuelos se les llamó a la guerra, y tuvieron la obligación de ir al frente, a jugarse la vida por defender al resto. Y a nosotros se nos pide algo tan simple de entender como es quedarnos en casa y lavarnos las manos. Y aun así parece que es algo complicadísimo de entender para esos irresponsables que no han dudado en contaminar zonas libres aún de contaminación vírica, creyendo que la paralización de actividades era la excusa perfecta para irse de vacaciones. No sé qué tipo de cerebro procesa así la información, en lugar de saber que es el momento de cancelar las reservas de próximas vacaciones. El instinto de supervivencia es un síntoma de inteligencia, pero de nada vale esta cuando se está rodeado de gente, o de gentuza, que demuestra ser cualquier cosa menos inteligente. Lo malo es que en su imbecilidad arrastra al resto. Es el momento de, ya que se tiene tiempo, pararse un momento a reflexionar qué clase de sociedad tenemos.
Pienso que es muy pronto, que aún nos falta la perspectiva del tiempo para llegar a comprender medianamente bien qué estamos viviendo y a qué nos enfrentamos. Pero mientras ese momento llega, lo que hemos de tener muy claro es que por ahora ya nada va a ser igual. Se nos ha hablado de 15 días, porque ese es el tiempo de incubación con este virus, y mejor estar a salvo de infectarnos, y no infectando a los demás. Pero es obvio que esto será mucho más largo que dos semanas, o dos meses. Todo es incertidumbre, pero es que estamos ante el principio. Queda lo peor, y sin duda lo más fatídico es el próximo incremento del número de fallecidos y el crecimiento exponencial de los infectados. Nadie estamos a salvo, en esto no hay fórmulas mágicas, ni vacuna. Pero hay unas pautas muy sencillas: nos quedamos en casa y nos lavamos las manos con frecuencia. Y salir a la calle, para lo imprescindible. Sin poner de excusa sacar al perro o la basura, para pasear. No sólo está prohibido, sino que es de sentido común.
Y aunque creo que en este tema de una pandemia mundial, lo político queda muy secundario, me parece que si se quiere dar la talla, hay que estar unidos en esta tarea común que es una lucha de la humanidad contra la muerte. Aquí no caben ideologías, porque el virus ataca a cualquiera, sea de izquierdas, de derechas, o neutro. Y ataca en cualquier territorio, sin entender de fronteras o idiomas. Estamos ante un problema muy grave, y sólo cabe la responsabilidad, de los políticos y de la ciudadanía. Sólo el tiempo nos dirá si dieron la talla, si dimos la talla; pero mientras, por favor, nos quedamos en casa.