Por Lola Fernández Burgos.
Un año más, casi acabando el invierno, muy próxima ya la primavera, llega el día de las mujeres, el 8 de marzo. Otra vez hay que reivindicar la celebración de una jornada reivindicativa, válgame la redundancia. Y de nuevo lo mismo de siempre, explicar que el feminismo no busca reemplazar al machismo, sino que es una lucha por la igualdad de derechos entre personas de distinto género; volver a incidir en que contamos con los hombres de bien para esta lucha, que ya nadie va a poder parar hasta lograr los objetivos; alucinar con que aún haya mujeres machistas, sin dejar por ello de exigir una igualdad que a ellas también les beneficiará. Etcétera. Una serie de elementos sumamente fastidiosos, que no entorpecen, empero, que este sea un día de fiesta para las mujeres; para todas, sin el adjetivo de trabajadoras, pues da la casualidad de que las féminas no precisamos de contrato laboral ninguno para trabajar siempre, y de muchísimas maneras.
Y aunque aún nos sea negada la igualdad, es maravilloso ser mujer, porque, para empezar, somos las mujeres las que parimos, las que damos la vida a otros seres humanos; lo cual ya por sí solo es el mayor privilegio que pueda imaginar, incluso si decidimos no hacerlo y no ser madres. La simple posibilidad es ya maravillosa, la hagamos realidad o no. Es magnífico ser mujer, sí, porque gracias a nosotras, también, el mundo funciona; y si las mujeres paran, el mundo se detiene, ya lo hemos podido comprobar cuando así ha ocurrido. De modo que queremos lo que nos corresponde, ni más ni menos; empezando por dejar de ser invisibles en el lenguaje: nada de perdernos en un todos, cuando cada una de nosotras conformamos el grupo, mayoritario por cierto, de todas. Continuando con cobrar el mismo salario por el mismo empleo, sin brecha salarial machista que valga; que hay países, como Islandia, que han demostrado que se puede conseguir si realmente se desea. Siguiendo, y el orden es absolutamente arbitrario, no en función de una mayor o menor importancia, obviamente, con que la violencia machista deje de asesinarnos de una vez por todas. Nos queremos todas, ni una menos. Y terminando con todo lo demás, que es tanto que ya cansa: que no nos acosen, que no nos maltraten, que no nos violen, que no nos traten como a ciudadanas de segunda. Somos de primera, o más si me apuran. Y es por ello, y por muchas más cosas, que de todos y todas son sabidas, que vamos a seguir celebrando el día internacional de las mujeres, con el deseo manifiesto de que deje, de una vez por todas y para siempre, de ser preciso hacerlo. Y ello será cuando ocurra algo muy sencillo de entender, y no sé por qué tan difícil de realizar: cuando no haya un género masculino dominante e impidiendo que el género femenino disfrute de exactamente los mismos derechos, como es de justicia. Cuando, aunque los hombres y las mujeres sigamos siendo diferentes en prácticamente todos los sentidos, por fortuna para ellos y nosotras, todos y todas seamos personas sin más. Ya digo, algo muy fácil de comprender y que llevamos sin poder ejercer, durante siglos y siglos y siglos, las mujeres, todas.