Por Lola Fernández Burgos
Estoy segura de que, entre ustedes, muchos recuerdan el acto de ir a comprar un sobre y un sello, sentarse en algún lugar para escribir la dirección y el remite, y correr al buzón más próximo para enviar una carta. Quién va a olvidar la alegría que se sentía al escuchar al cartero que llegaba y traía algo para ti, eso era la felicidad: abrir el sobre y anticipar lo escrito, que a veces llevaba en el lateral un atención, contiene fotos. Aquello ya prácticamente no existe, pues ahora en el buzón suele haber de todo excepto una misiva personal, y el cartero llama para que le abras la puerta del portal, o para subirte un certificado o un envío, pero nada que ver con la alegría de antaño. Hoy en día no necesitas ir al estanco para enviar al instante por móvil un mensaje escrito, o un audio, una o un montón de fotos; como tampoco has de ir a una cabina y esperar turno para llamar, pudiendo hablar en cualquier momento y en cualquier lugar, y todo ello viendo en la pantalla a con quien hablamos, mientras te ven a ti a la vez. No se puede negar que es un adelanto increíble, un salto cualitativo que a nuestros abuelos les puede hacer alucinar en colores. Pero es una comunicación absolutamente diferente. Y para ella contamos con muchas más herramientas, las mismas que de pequeña yo sólo pude imaginar, sin saber que algún día serían totalmente reales. Podemos enviar, aparte de mensajes, nuestra imagen en directo, canciones, fotos guardadas o tomadas en ese mismo momento; y, además, recibir respuesta igualmente inmediata. Es posible establecer conversaciones en directo, por llamarlo de alguna manera, o simplemente dejar mensajes y recibir respuesta más tarde, sin necesidad de estar los dos interlocutores conectados al mismo tiempo.
Aparte de todo ese mar de posibilidades, un simple móvil nos permite recibir las noticias casi al tiempo en que se desarrollan, pues pasarán algunos días para que los noticiarios de la televisión nos hablen de cosas que ya sabemos desde hace demasiado. Y esas noticias nos tendrán al tanto de la actualidad sin tener que ir a un kiosco y comprar un periódico o una revista. Tampoco necesitaremos de libros para leer las novedades en literatura, o los clásicos de toda la historia. La mejor música, nuestros temas preferidos, nos acompañarán a pasear, a comprar, a descansar, con simplemente ponerle al móvil unos auriculares y elegir la lista de temas que deseas escuchar. Es más, si tienes alguna duda sobre una música que suena, puedes descubrir de qué tema se trata y todos los detalles con sólo acercar el móvil con la aplicación adecuada. Estamos interrelacionados a través de las llamadas redes sociales, y de repente resulta que tenemos tropecientos amigos y amigas, vaya, que saben qué hacemos, por dónde viajamos, qué tomamos al salir, nuestros gustos en tantas y tantas cosas, que, a veces, saben más que nuestra familia, a no ser que esta esté también en dichas redes. Ya ven, un mundo casi mágico y lleno de poderes, que, sin embargo, no ha logrado en modo alguno que nos sintamos menos solos, o evitado que estemos incomunicados, o deprimidos. En estos tiempos de conexión casi total, los psicólogos nos dicen que no es nada extraño que las personas encuentren más soledad que nunca, y con una tristeza casi insalvable, entre tanta amistad más cuantitativa que cualitativa, con todo o casi todo al alcance de la mano, sin necesidad de hacer prácticamente nada, a no ser tener las aplicaciones adecuadas y saber manejar algo como un móvil. Y esto, puede que a los mayores les cueste más de entrada, que después ya se sabe que todo se aprende y nadie nace enseñado, pero hasta los bebés y las mascotas están tan familiarizados, que parecen dominarlos sin mayores problemas. Todo ha cambiado muchísimo sin habernos dado cuenta, eso es innegable, y hay cosas que antes eran cotidianas y se han esfumado en la nada sin apenas dejar rastro. Por eso hay que valorar y aferrarse a lo que sigue ahí, inmutable con el paso del tiempo, al menos por ahora. Seguimos contando con la sucesión de ciclos estacionales a lo largo del año, o con el simple dorado de los membrillos, un ejemplo que nos regala el persistente e imperturbable milagro de la vida en todo lo que no se ha llevado el progreso. Disfrutemos de todo aquello que persiste hoy exactamente igual que hace un puñado de siglos, y dejemos que nos sorprenda como lo hizo con nuestros antepasados desde su mismo origen.