Por Lola Fernández Burgos
Quienes me sigan a través de estos artículos, que llevo ya escribiendo para ustedes desde hace más de doce años, sabrán que no me gustan nada de nada los políticos, con alguna excepción, que sólo sirve para confirmar la regla. Seguro que es porque antes de fraile fui cocinera, porque pasé por ese mundo y le dediqué unos cuantos años de mi vida, de los que tengo tan mal recuerdo que no me gusta ni hablar de ellos. Pero hablando de excepciones, hoy haré una y les confesaré que terminé muy escarmentada de aquellos años en que entregué mi tiempo y mi trabajo a eso de la política, primero a nivel orgánico y después en el equipo de gobierno. Han pasado ya años y aún me parece increíble que haya tanta mentira, traición, envidia, deslealtad, desagradecimiento, un usar y tirar que da asco, un no reconocer tu esfuerzo y entrega, y una competitividad vergonzosa. Es un mundo en el que hay poca oferta y mucha demanda; en el que quienes entran ya no quieren salir, en el que los hay que quieren subir a base de pisar y de impedir que nadie más suba. De verdad, una puede haber entrado con toda la ilusión por trabajar por su ciudad, con una importante parcela de poder, y terminar absolutamente defraudada y teniendo muy claro que jamás repetiría semejante experiencia. Si al poco compañerismo entre colegas, le unes que estás rodeada, además, puf, por trabajadores que dicen aborrecer a los políticos, pero que juegan a ser como ellos y sueñan con serlo realmente, el panorama es ciertamente para ponerte los pelos de punta. Claro que hay quienes se salvan entre compañeros y demás trabajadores, por supuesto, pero mi experiencia fue que eran muy poquitos comparados con el resto. En fin, que no me gustan los políticos y la política con minúsculas, porque si es con mayúsculas, todo mi respeto para unos y otra.
Y en el caso del puente de Benamaurel, cuya destrucción por la gota fría ha afectado, tanto a dicha localidad, como a Baza, Castilléjar, Castril y Cortes, especialmente, la política ejercida para resolver el problema que incide tan negativamente en tanta población, ha sido menos que minúscula. Aquí además ha aparecido el juego de las distintas administraciones responsables, que a la postre se traduce en un pasarse la pelota de unos a otros, sin hacer nadie nada. A la ciudadanía le importa un bledo, francamente, si es la administración nacional, la local, la autonómica, la provincial o la que quiera ser, quien resuelva el marronazo que lleva padeciendo desde hace ya casi dos meses, sin que nadie haya hecho nada. Resulta que el Ejército podría haber levantado un puente provisional en unos diez días, pero no. Resulta que se podría haber adecentado un camino provisional para no dar la vuelta por Cúllar, pero no. Y la opción actual es una mala carretera que no sólo no está preparada para el tráfico actual, sino que es peligrosa por los muchos camiones, y a la que sólo se le ha hecho una limpieza de cunetas… De verdad, nos llamamos desarrollados, pero hay países tercermundistas que están más adelantados que nuestro norte granadino, el último de la fila por lo general. Resulta que la Junta se niega a hacer algo más que la reconstrucción del puente, lo que implica bastantes meses. De la carretera, que sería mala hasta en las zonas llamadas tercermundistas, no quiere saber nada, se ve que Granada pilla muy lejos de Sevilla, y aquí no hay playa en la que se bañen los políticos sevillanos. Y resulta que un camino alternativo es muy caro, y más si va a ser provisional. Pero lo curioso es que empezaron hablando de que había un millón de euros para el puente, y al final la adjudicación ha sido por un cuarto de millón menos… Y digo yo, ¿es que el sobrante no puede servir para resolver un problema de la ciudadanía, real y grave? A ver qué van a hacer entonces, porque si el dinero es mucho para los problemas, será igualmente mucho para nada, creo yo. El caso es que seguimos sin puente, y lo que te rondaré, morena.