Por Lola Fernández Burgos
Que somos capaces de lo mejor y de lo peor, es algo que ya sabemos desde que nos paramos a analizar las conductas humanas, sin necesidad de cursar Psicología, que es la ciencia que se encarga de su estudio. Basta echar un vistazo a las noticias nuestras de cada día, casi como una penitencia por nuestros pecados, más o menos originales, y lo mismo nos emocionamos ante la grandeza de ciertas personas, como lloramos al ver lo mala que puede llegar a ser alguna gente. A veces pienso que más nos valdría proceder de animales más nobles que de los monos, bastante salvajes en sus comportamientos cuando menos te lo esperas. No sé si todos albergamos dentro un poco de bestialidad no superada, por mucha evolución que el tiempo nos ha regalado. No ocultaré que me sorprende que algunos aún piensen que procedemos de un paraíso perdido por haber sido malos; pero bueno, tampoco es tan raro que se niegue la ciencia en mor de la fe. Cada quien es libre de encarar la vida como más le plazca, lo bueno es que nadie te puede obligar a ser un necio. Y en estas disertaciones me hallo tras haber tenido la osadía de enfrentarme a la prensa en esta mañana de domingo. Pienso que es una tarea para gente muy fuerte, o muy insensible, o amante de las emociones fuertes, o qué sé yo… Les juro que a veces desearía estar desinformada pero feliz, antes que con un terrible desasosiego y presta para comentar la actualidad con conocimiento de causa. Porque hay veces en que una quisiera escapar de tanta cosa fea como nos rodea: maltrato para con los más débiles; cobardes crímenes impunes; necesidades insalvables para algunos, mientras otros no saben en qué derrochar, y etc…, que no me apetece ponerme mala. No sé cómo es posible que nos diéramos una sociedad para protegernos, y haya tantísima víctima de ella y en ella. Cómo pudimos inventar un poder judicial que comete tantísimas injusticias. Cómo tenemos lo que no nos merecemos; ¿o será que realmente tenemos lo que verdaderamente merecemos, y todo lo demás son pamplinas?
De qué sirve protestar, si nadie hace caso nunca. Para qué quejarse, si hasta resulta que eso se considera de mala educación. Por qué preocuparse siquiera de nada, con lo bien que se está mirando el paisaje natural, que ese sí que suele ser bonito y reconfortante. En qué encontramos consuelo los humanos para tanto dolor, eso quisiera saber en algunas ocasiones; las mismas en que olvido que cada uno es un mundo aparte, que no por llamarnos sociales lo somos, que no es raro que seamos depredadores los unos para los otros, cada quien a su mal estilo. Lo cierto es que unos se refugian en las religiones y hacen de las oraciones su bálsamo, mientras otros prefieren las artes y buscan en la belleza cura para sus males; por no hablar de quienes simplemente pasan de todo, y andan por la vida como quien silba y disimula. Quién sigue el camino correcto, es algo que nunca podremos saber; y si tenemos alguna certeza, esa es que todos dejaremos este mundo un día cualquiera, permítanme decirlo con eufemismo, que es una preciosa mañana de domingo y no quiero vestirla de negro. Todos nos iremos, tal y como todos llegamos, sin que nadie nos pidiera permiso ni opinión. Ese es nuestro sino, y bienaventurados los que lo abracen sin mayores problemas y sin demasiadas preguntas. Y es que cuando no hay respuestas, para qué preguntar. Mejor vivamos, que son cuatro días, o cinco, o seis, pero no muchos más. Tomemos de la vida lo bello que nos regala, si es que somos capaces de verlo y saber aprehenderlo. Y escuchemos los sonidos del curso del tiempo, o los del silencio si estamos sordos para la vida. Mejor sentir la música de los días, que escuchar su llanto.
PD: ¡Feliz verano y hasta después de la Feria!