Por Lola Fernández Burgos
Seguramente los que gustan de leer la Biblia conocerán la historia del profeta Jonás, que fue tragado por una ballena y tras pasar tres días en el interior de su vientre, fue expulsado sano y salvo en una playa. Para algunos se debe a que rezó cuando se encontraba dentro, y se produjo un milagro. Para otros no es más que la imaginación de quienes escriben historias, más o menos sagradas. Pero resulta que ha ocurrido realmente y no es nada milagroso: una ballena se ha tragado a un buzo en aguas de Sudáfrica, y después lo expulsó vivo en tierra seca. El buzo en cuestión es director de una empresa de actividades de buceo, y fue engullido por una ballena mientras tomaba fotos de tiburones. Imaginen la situación y seguramente coincidirán conmigo en que, aun sin creer, parece lo que llamamos un milagro. Que resulta que a veces ocurren hechos prodigiosos extraordinarios que es casi imposible que nuestros cerebros los comprendan. Pero junto a los hechos extraordinarios, están lo que no pasan de ser extraordinariamente ordinarios; y por desgracia, estos últimos son los que más veces tenemos que soportar.
A ver, por segundo año consecutivo, las mujeres hemos salido a las calles de toda España aprovechando la festividad del 8 de marzo, que a ver cuándo es innecesario celebrar, y hemos vuelto a ser un referente para el resto de países de todo el mundo. Porque si la primera huelga feminista fue toda una declaración de intenciones de las mujeres, la segunda ha sido un éxito mayor. Una declaración de unión con independencia de edades, situaciones, ideologías, etc. Una declaración de voluntad de no aguantar más que se nos trate como a ciudadanas de segunda. Una declaración de reafirmación de que no hay marcha atrás, de que ya no nos engañan con la indiferencia y la negación a nuestras peticiones. Que son de una importancia tal como la de querer seguir vivas, la de estar harta de que nos agredan y nos maten y no pase nada, la de gritar por las que ya no pueden porque sencillamente han muerto víctimas de una violencia machista repugnante y asesina. Las mujeres hemos dado una lección de actuar extraordinariamente, y los hechos han dejado claro la ordinaria realidad que no se ataja porque no se quiere. En sólo 48 horas, los dos días posteriores a las manifestaciones masivas por las calles y plazas de nuestro país, han sido asesinadas tres mujeres a manos de asquerosos machistas que no han entendido que las mujeres no les pertenecen.
Es increíble que haya grupos políticos que pretendan ir para atrás, sin comprender que, o para adelante, o hacia ningún lado. No es tiempo de retornos al pasado en nada; antes al contrario, o se suben a la ola y avanzan hacia una sociedad de igualdad de derechos real y efectiva, o serán arrasados por la fuerza feminista, que ahora mismo es de firmeza e ilusión; pero que, si no se hace nada, puede transformarse en indignación y rabia, y no ya contenidas como en el presente. Y no, no hablo de violencias, que de lo que se trata es, precisamente, de acabar de una vez por todas con una violencia de género insoportable e inadmisible ni un solo día más. Pero ahora esos millones de mujeres que hemos salido a la calle vamos a votar en menos de dos meses, y tengan la seguridad los políticos, que no vamos a apoyar a quienes no nos apoyan. Y no se trata de hacer milagros, sino de acabar de una vez por todas con esta dolorosa y terrible dinámica de maltratar y matar a las mujeres, de violarlas, de pagarles menos, de tratarlas como a putas por querer ser libres y tener los mismos derechos que los hombres. Las mujeres no tenemos nada en contra de los hombres, y tampoco queremos tener más derechos que ellos. Pero lo tenemos todo contra los machistas, y no vamos a permitir que se nos obligue a tener menos derechos que la otra mitad de la población mundial. Así que ya saben, señores políticos de esta España nuestra, escúchennos de una vez, y déjense de conductas ordinarias, porque es tiempo de hechos extraordinarios, sin necesidad de rezos o milagros.