Por Lola Fernández Burgos
Avanza el invierno, ya casi se huele la primavera. El campo está maravilloso, con los árboles en flor, motivo de inspiración para poetas, pintores y todo artista que se precie. No hay nada que me dé más alegría que ver y escuchar a los gorriones, porque cada día es más difícil por estos lugares. No sé por qué, pero cada vez son más escasos. Bueno, sí sé por qué, que para eso están lo entendidos que nos hablan de su peligro de extinción y las causas de ello, pero es que me niego. Cuando algo no gusta, ni se atiende; se ignora por completo, porque duele, porque no se debe a nosotros, porque nada se puede hacer para evitarlo. Cuando algo no gusta, nos desgarra el corazón, y nos vence a la primera, o a la segunda; pero nos vence, que es terrible. Lo peor de todo es cuando sentimos esa impotencia consciente de que no hay nada que hacer por nuestra parte, y se trata de algo que nos importa muy de verdad. Que ya se sabe que nada es igual en su esencia e intensidad; que hay cosas y temas que nos son indiferentes, otros que nos afectan más pero sin mayores implicaciones; y aquellos otros en los que se nos va la vida. Y para mí, los gorriones son un caso aparte. Si algún día desaparecieran, se iría con ellos mi alegría, de eso no hay ninguna duda.
Somos simples, porque nos basta muy poco para estar dichosos. Como nos basta aún menos para la desdicha total, pero eso lo dejamos para otra ocasión. Y en esa sencillez se encierra la mayor de las complejidades, la humana, que ya nos vale. Y para sentirnos bien es más que suficiente un paseo en estos días en que florecen los almendros por esos campos de nuestra tierra. Es un milagro que por mucho que se repita anualmente, jamás dejará de dejarme extasiada. Imposible no quedarme enamorada con el milagro de la floración invernal. Se visten los campos de color, y una se siente privilegiada, no sé si como una tonta total, pero privilegiada al fin. Y creo que en esto coincido absolutamente con los gorriones, esas pequeñas aves tan indefensas como hermosas. Dentro de nada llegara el tiempo de los amores entre los pájaros; ese ritual de juegos, apareamiento, puesta de huevos, incubación, cuidado, cría y otra vez a empezar. Porque en nada llega la primavera, esa que ya se huele, y el amor es una constante acrecentada entre los seres vivos en esa estación. Pero el amor entre los pájaros, entre los gorriones, es la mar de escandaloso. Se diría que es un sentimiento que quiere que todo dios se entere de que existe; nada de puertas adentro, o de nidos escondidos. El amor entre los pájaros es un bullicio que a veces te da ganas de que llegue de nuevo el invierno, y el silencio. Ya se sabe, nos basta muy poco para la queja, y el ruido es de lo que más molestias nos provoca. Aunque bienvenido este jaleo feliz que pronto será vuelos, preparación de nidos, escandalosos jolgorios de piares sin fin. Bienvenida la felicidad de la vida nueva, aunque no se calle, que ya habrá tiempo para el muermo silencioso.