Por Lola Fernández Burgos
No sé a ustedes, pero a mí se me encoge el corazón cuando escucho las noticias que me hablan de la inmigración irregular que llega a diario a las costas andaluzas a bordo de pateras que dan de comer a repugnantes mafias. Estas no dudan en lanzar a personas desesperadas a un océano que da miedo, con embarcaciones más frágiles que una cáscara de nuez en la orilla de una playa, y con falsos flotadores corporales que, en caso de naufragio, sólo absorben agua y empujan a los pobres desgraciados al fondo. Verdaderamente es una realidad terrible que crece exponencialmente año a año, con cifras que señalan que unas 50.000 personas arribaron el año pasado al litoral andaluz, procedentes de Marruecos, Guinea y Mali, especialmente, por el Estrecho de Gibraltar o por el Mar de Alborán. A ese número hay que sumarle los muertos, que son varios miles, por supuesto muchas más vidas ahogadas que las que se sabe, porque es muy difícil la exactitud en este tema tan triste. Realmente hay puntos de nuestras costas que nos permiten avistar las africanas, y si estás huyendo de situaciones horrorosas, es una lógica tentación tratar de salvar la distancia y alcanzar la otra orilla, esa que se supone te va a dar una nueva vida más gratificante. Pero es que hasta las aves migratorias saben que han de esperar el momento preciso y más propicio para lograr el objetivo de llegar al otro lado, y eso que cuentan con alas. Los pobres inmigrantes no saben volar, ni, la mayoría de las veces, nadar; y las mafias que les engañan y les roban mucho, a cambio de precarias embarcaciones que no es raro que zozobren bajo un sobrepeso insoportable, no entienden de momentos favorables. Para ellos sólo vale coger el dinero y negociar nuevas tandas.
Después del frío y el miedo, si logran sobrevivir, no tardan mucho en descubrir que aquí no está el paraíso soñado. Esas pateras, a rebosar de ilusiones, se estrellan nada más llegar. Esas barquitas de plástico, porque es que a veces no son ni de goma, van llenas de hombres, mujeres y menores, que serán atendidos médicamente si son rescatados en alta mar. O en la orilla, donde además serán interceptados por las Fuerzas de Seguridad al alcanzar las playas, para ir a dependencias policiales, ser trasladados a diferentes puertos, y enviados a centros de acogida; que de acogedores sólo tienen el nombre, pues más se asemejan a cárceles en los que se hacinan sin futuro. Desde luego, es muy sacrificada y encomiable la labor de estas personas, y de las ONG´s, como la Cruz Roja, que se dedican a ofrecer un poco de humanidad y ayuda a personas que llegan en condiciones verdaderamente lamentables. Pero algo falla y no son sólo los inmigrantes los que van a la deriva. Porque esa humanidad se da sin dudar en la gente corriente con respecto a las personas que llegan así a nuestro país, y sólo hay que recordar imágenes de los testigos de la llegada de alguna patera, cómo les ayudan a escapar de las Fuerzas de Seguridad. Pero una cosa es la gente normal, y otra la anormal que conforman ciertos partidos políticos que abordan este tema hablando de invasión. Ay, vaya invasores, muertos de frío, de sed, de hambre, medio muertos y trasladados, a donde no molesten, nada más llegar. Yo creo que la invasión es más bien la de esos partidos de ultraderecha que hablan de expulsión de estos pobres que buscan refugio y huyen de condiciones tan malas que no dudan en escapar jugándose la vida. Pero ese es ya otro tema…