Por Lola Fernández Burgos
Que vivimos malos tiempos para la lírica, como dice la canción, es algo que nunca me cansaré de decir; pero contra la fealdad, la belleza, y alegría para contrarrestar la tristeza. O las tristezas, que son muchas y variadas, en una época que además cuenta con el añadido de conducirnos directamente hacia el invierno. Hay estaciones, como esta del otoño, que son verdaderamente un portento de hermosas transformaciones, de colores, de bonitos cambios, pero ay, nos llevan a un frío invierno de días cortos y heladas noches. Ahora que estamos además en diciembre, faltan muy pocos días para las fiestas navideñas, un tiempo que a muchos hace felices, como a otros muchos hace desgraciados. Hay cosas ante las que no cabe la indiferencia, y la Navidad, o te gusta, o no te gusta. Y no es una simple perogrullada, porque entre ambas opciones caben actitudes muy diferentes, que pueden marcar significativamente el fin del año.
Las navidades son unas fiestas que nada tienen que ver con cualquier otra, que están muy por encima de las creencias o no creencias religiosas, que invariablemente se van a ver influidas por los recuerdos de la infancia, y afectadas por la ausencia de nuestros seres queridos. Cómo va a ser lo mismo conforme van muriendo las personas que más amamos y que vivieron con nosotros no una sino muchas navidades inolvidables… Es imposible escapar del dolor cuando no somos niños y echamos de menos, por ejemplo, a nuestro padre, a nuestra madre, o a los dos. Como son absolutamente unos días de ilusión irrefrenable para los más pequeños; los mismos que desconocen por completo que están creando recuerdos que nunca se borrarán, y que llegarán años en que añoren estos días con una nostalgia insuperable. La Navidad es sin duda una fiesta para la infancia, y mucho más difícil para los adultos; y más si no hay niños y niñas cerca para obligarles a ilusionarse con ellos. Aun así, hay que ver lo bonito y alejar lo feo; cantar villancicos, vestir el árbol, construir un belén, salir de compras y admirar las luces y adornos en escaparates y calles… No sé, hay que ponerse en modo navideño si no queremos terminar hartos y dolidos.
Y como siempre, con flores es mejor, y no sólo con las de Pascua, típicas en estas fechas. Hay que buscar siempre sus colores y su alegría, es algo que no cuesta dinero; porque por cualquier lugar encontraremos plantas con esos toques de color maravillosos; y por muy acostumbrados que estemos a verlos, no dejan de ser un milagro de la naturaleza. En la creación del Universo, la aparición de las flores es, desde luego, de los hechos más importantes, y olorosos, además. Así que disfrutemos de cualquier época, porque en todas tenemos la posibilidad de gozar con algo tan hermoso, como tan a nuestro alcance. No hay estaciones en las que no contemos con flores, y aunque decimos que mayo es su mes, a lo largo de todo el año, árboles y plantas nos las proporcionan, como el más preciado de los regalos, sin necesidad de escribir cartas a los Reyes, o de pedirlas a quienes nos rodean. Como suele ocurrir, lo más simple es lo más hermoso y lo más asequible; por mucho que nos emperremos en correr tras imposibles, o en esperar en vano lo que nunca ha de llegar.