Por Lola Fernández Burgos
Día de elecciones en Andalucía, y las personas elegidas para las mesas de los colegios electorales madrugan, muchas con la esperanza de que no falte nadie y así poder volver a sus casas, puesto que son suplentes. Pero el engranaje funciona y los ciudadanos cumplen con sus deberes cívicos, que son pocos frente a los derechos, pero también existen y constan en nuestra Constitución. Me provocan ternura, al igual que quienes despiertan ilusionados porque les toca ir a votar; muchos mayores, porque hubo años en que no podían, cosas de una dictadura; y los jóvenes que son ya mayores de edad y se van a estrenar en esto de depositar un sobre en las urnas. Me provoca ternura la gente que, pese a las desilusiones, aún considera que el poder soberano le corresponde en última instancia, y sin otras reflexiones no se para a pensar en los políticos, que tan poco se merecen a esta buena gente, y piensan más en el futuro de su tierra y en el anhelado bienestar general. Como también me la provoca, por qué no, los nuevos integrantes de las diferentes listas de los partidos, que por primera vez se enfrentan al veredicto popular y tienen la ilusión de trabajar por la ciudadanía, sin más, sin estar aún tentados por un poder mal entendido, que igual les hace olvidar su vocación de servicio hacia los demás, o lo mismo les trae una decepción que les apeará rápido de la Política, haciendo que no quieran saber nada de ella por los siglos de los siglos.
Me provoca ternura, no puedo ni lo quiero remediar, la buena gente que hace de un día como hoy un día de fiesta, porque realmente lo es. Mismamente, las mujeres llevamos muy poco tiempo pudiendo votar; y tras el golpe de Estado contra la II República, pasaron décadas sin que se pudieran ejercer en libertad los derechos más elementales, entre ellos el del sufragio. Y me parece muy de agradecer que esa gente, sana y buena, sea capaz de no caer en el desánimo en el que sería muy lógico quedar atrapada, tal y como están sucediendo las cosas en los últimos años en nuestra Andalucía, y en España en general. Porque esa gente es la misma que cada día trabaja y levanta el país, con independencia de gobernantes, corrupción, confusión entre poderes estatales. Son las magníficas personas que han ido siendo capaces de sortear los peligros de una crisis que se llevó el bienestar de una clase media imperante; que han debido de ayudar a unos hijos que lo han tenido aún peor, y a unos nietos que, sin futuro, no se han negado a vivir el presente sin mirar atrás. Y eso que muchos han caído en la desesperación y han recurrido al suicidio al ver cómo eran desahuciados o se quedaban sin trabajo y sin nada; o se han tirado a la calle y son unos más de los miles de los sin techo.
Me provocan ternura quienes podrían haberse quedado en perdedores en una sociedad y un sistema que es el que en realidad ha fracasado. Y que, antes al contrario, son auténticos héroes y heroínas anónimos. Porque han evitado que todo se fuera al garete, y muchos, además, ven cómo se les niega su derecho a tener una jubilación tranquila a nivel económico, después de toda una vida cotizando. Como decía una famosa canción de la transición: (pero) yo sólo he visto gente muy obediente hasta en la cama, gente que tan sólo quiere vivir su vida en paz…”. Era el Libertad sin ira, de Jarcha, que fue todo un himno en tiempos de cambio, y que, por aquellos azares de la realidad socioeconómica y política de nuestro país, aún está plenamente vigente. Y esa gente, obediente de más a veces, me provoca mucha ternura, que es tanto como decir que la quiero, por ser buena, no caer bajo el peso de la decepción, ser un ejemplo de vida y mantener intacta la ilusión de vivir.